Lorenzo, no era muy
alto, tenía los hombros anchos, caminaba con los pies abiertos como si
indicaran la 1:50 minutos en un reloj de manillas, vestía sumamente mal, la
ropa vieja que usaba tenía un aire sucio, aunque estuviera recién lavada,
culón, casi siempre con un pantalón gris
pinzado, (como sobrante de un flux), camisa a cuadros roja, de manga
corta, que la alternaba con una camisa color marrón o una de rayas azules
que usaba (para cuando “quería estar más elegante”), suspensores de
liga negra, que le subían los pantalones más de lo que debería, haciendo que
su culo se viera aún mas grande, y dejaban ver unas horribles medias
arrombadas, (seguramente agujereadas en los dedos), mocasines negros cuyo gaste marcaba
en el cuero los cayos de sus dedos, un sobretodo negro que
usaba en los días de invierno, una boina negra que peinaba una abundante
pelambrera gris, bigotes grandes amarillentos escondían sus labios. Caminaba siempre empinando el pie
izquierdo cuando se apoyaba en el suelo, cuando era más rápido, era como si
diera un pequeño salto en cada paso de pie izquierdo, salto que se acentuaba
más, como si fuera un metrónomo calibrado para dar una cadencia más rápida,
imposible no dejar de ver a ese particular
personaje cuando caminaba más deprisa hacia la escuela de música de
Antofagasta, detrás de él se escuchaban risas burlonas de la gente en calle. En
su juventud, inventó un accidente de moto para evitar las burlas de sus
compañeros del liceo y justificar así su particular manera de caminar, pero
siempre fue solo eso, una ridícula e injustificada manera de
caminar que no podía corregir.
3:30 p.m. : 7
niños, 3 niñas; todos se vestían casi tan mal como él, sentado
detrás del escritorio de madera ya
curtida, seguramente un donativo de alguna escuela o universidad; sobre una
silla de madera igualmente curtida que en verano se podía ver que
era color marrón oscura, y no negra como se veía en
invierno; esos muebles no venían de una casa de un particular,
venían de otra institución de educación, tenían el “olor a
educación”, a academia, un olor mezclado de lascas de lápiz, pan con queso,
membrillo y tabaco. Detrás de él una pizarra
negra con pentagramas que no se borraban, pedazos de tiza y borradores, el
metrónomo de madera calibrado ya se movía, hacia la derecha e izquierda,
delante de él estaban diez caras ya conocidas, que
silenciaron sus conversaciones cuando el profesor Lorenzo entró.
- ! Vamos a
continuar ¡¿Dónde nos habíamos
quedado?
Los niños buscan sus
cuadernos con pentagramas que tenían debajo de sus mesas de trabajo, y de uno
en uno, se paran y toman un
lápiz de grafito de un frasco de vidrio que había en el
escritorio del profesor Lorenzo, en una sincronía ensayada muchas veces y
perfeccionada por la rutina de haberlo hecho durante tres
meses, cinco veces por semana.
- Huenchucheo!
(Risas y burlas que ya no eran corregidas, por la costumbre de
los compañeros, el profesor y el propio Ricardo Huenchucheo).
- Párese y escríbame
una llave de sol, una de fa y una redonda en la pizarra.
Ricardo Huenchucheo se
para y empieza, poco a poco, a escribir en el pentagrama, lo que le mandó el
profesor.
La clase es interrumpida
por el ex -director de la pequeña escuela, Rafael.
- ¡¡¡
Compermisooo!!!
Los alumnos se ponen de
pie, Ricardo deja de escribir en la pizarra, y posa el trozo de tiza que tenía
en la mano en la tabla llena de polvo blanco, que estaba en la parte inferior
de la pizarra.
- Pase adelante, director.
(Rafael Ramos había sido director de esa escuela y aunque ya habían
cesado sus funciones como director hace un año, aun tenía cierta autonomía
dentro de ella)
- Quería conversar
un ratito con usté, profesor.
- Le dijo con una
sonrisa en la cara y un aire ceremonial, que solo usaban cuando habían
alumnos presentes.
- Escriban lo que
ponga Ricardo en sus cuadernos. ¡No quiero conversaciones! (Dijo,
dirigiéndose al resto de la clase).
Desde dentro de la sala,
a través de la ventana de vidrio corrugado, se ve que una figura se abalanza
sobre la otra.
- ¿Qué te
pasa, hueón?- apartando a Rafael.
- ¡Te la
dieron, hueón!
- ¿¡Qué cosa,
hueón!?
- ¡¡La Beca puh,
hueón!!
Lorenzo Tapia sintió la
necesidad de comenzar a celebrar inmediatamente, con aquella sensación de algo
que le obliga a saltar y a caminar de prisa, con unas ganas infinitas
de agarrar su maletín lleno de partituras y salir de una vez dando
su “tranquillo” acelerado de saltitos hasta llegar a la pensión
donde alquilaba una pieza de matrimonio junto a Cristina, su esposa quien
consiguió a su Lorenzo haciendo equilibrio en los hilos de su timidez.
¡Voy a dar el resto de
la hora por voh! Te vai a la pensión, y te arreglai, que hoy día en la noche
celebramos con vino que tengo en la casa.
- ¡¡ Gracias,
hueón!! ¡¡putas toó lo que habís hecho por mí!!
- ¡Olvídate deso ,
hueón, anda que la Cristina, se va a poner harto contenta.
Lorenzo parecía un
juguete de cuerda, dando sus apurados saltitos hacia la pensión, recordó cómo
había llegado hasta ahí, en parte gracias a su amigo y mentor Rafael
Ramos.
Rafael Ramos Vivar había fundado la “Escuela
de Música de Antofagasta” en 1960 con la misión de socializar la música,
destinada a niños de bajos recursos, para lograr sacar el potencial musical que
veía en algunos de ellos, ya que decía que era bueno que tuvieran otra
alternativa a ser domesticas, albañiles o mineros. Con un aporte mínimo de la
municipalidad de Antofagasta fundó la escuela, cuyo fruto posterior sirvió para
que, dos años después, se creara la Orquesta Sinfónica, contratando
a algunos músicos que serían ejecutantes y profesores al mismo tiempo. Siendo
director de su escuela, había visto llegar hace un año a Lorenzo Tapia, que
provenía de Penco, Concepción.
Lorenzo aprendió a tocar la guitarra con
su abuelo Augusto, que era huaso y minero de las minas de carbón, desde
sus 14 años tocaba guitarra los “18 de septiembre”, en fondas y ramadas. El
mismo año que había hecho su “debut” en una ramada, comenzó a trabajar
en las minas de carbón, era un estudiante sumamente desaventajado en el liceo,
había reprobado 3er, 6to año y 2do medio, saliendo del colegio a la edad de 21
años. Aunque destacaba por su inteligencia, sus notas no reflejaban la
brillantez de su razonamiento, que sólo era reconocido por pocos profesores. Ya
había oído decir que los profesores que no estaban preparados para tener
alumnos inteligentes, nunca había logrado comprender lo que significaba eso,
hasta que le tocó a él mismo ser profesor. Además de aprender a tocar guitarra de
forma autodidacta, con pocas instrucciones de su abuelo Augusto, Lorenzo había
aprendido de la misma manera a tocar flauta dulce, sólo con escuchar dos veces
una canción ya la podría interpretar.
Aunque le gustaba tocar “cumbia chilena”,
le llamó la atención haber escuchado las Cuatro Estaciones de Vivaldi,
ejecutada por unos músicos en la plaza de Penco, cuando pasaba con su
abuelo por allí.
- ¿Cómo se llama esa, viejo? (nunca le
dijo abuelito, ni abuelo ni papá)
- ¡Qué voya saber yo diso, mhijo!
- ¿Quedemonoh uhn ratito?
- ¡Ya puh, mhiijiito, que pasamos el
día entero en el hoyo! Ya toy cansao, nomah quiero
mi plato é porotoh y ver la tele.
- Adelántate voh, viejo. Yo
tialcanso despuéh.
Se escuchó la voz de Augusto apagándose
mientras caminaba y seguía hablando como si Lorenzo aun siguiera a su lado.
- Putah el hueón raro, que soy
voh, hueón!
Los instrumentos brillaban en la plaza
como si los cornos y las flautas dulces fueran de oro,
resaltaban aun más las maderas de las violas y los violines,
pero su mirada se detuvo en el oboe, lo ejecutaba Celso,
después lo conocería; fue a él a quien se acercó destemidamente, una vez
concluida la ejecución, para comenzar a preguntarle sobre qué estaban tocando,
cómo se llamaba ese instrumento. Aunque Celso era de personalidad muy
retraída, le parecía muy simpático ese hombre que de
repente se interesaba tanto.
La mayoría de las personas que asistían
solían escuchar un rato e irse y algunos otros se quedaban hasta el final de la
ejecución para que nadie pensara que eran ignorantes y
claro, estaba Lorenzo que desde aquel primer día de la ejecución en la plaza
de Penco se hacía de tiempo para ir a escuchar todas las noches de los domingos de
ese verano, a su orquesta; no sabía qué tocaban, no conocía “las
canciones", pero siempre después de cada ejecución se acercaba a Celso a
preguntar cuál era esa y de qué músico era, cómo se llamaba; ¿dónde vivió?; ¿se
murió?, Celso explicaba con paciencia y siempre
terminaban hablando un rato, esos ratos se fueron haciendo más largos cada vez
y cada domingo un nuevo ejecutante le era presentado a Lorenzo,
los saludaba como si fueran eminencias aunque, poco a poco. fue ganando
confianza con ellos. Al principio parecía molestar un poco,
pero el evento estaba teniendo el efecto deseado, por lo menos en una de las
personas que se quedaban a ver, ya demostraba verdadero interés
y pasión, pronto habrían de saber que Lorenzo no sólo se
interesaba en la música como un mero espectador.
Un domingo de ese
verano, llegó a su casa donde su abuelo y su madre estaban sentados en el
comedor viendo la pequeña TV en blanco y negro.
- ¿Ya llegastis?- ¡Cadavez te de morai
más!
- Sí,
me quede un rato nomah!
- Ahí tenis garbanzoh a ver cuando
empezai a llegar antes pa que no comai frío, no podemos estar gastando gas
porque voh llegai tarde.
- Ya sí, como así no mah
La mirada del abuelo y de su madre se
volvió a fijar en el pequeño televisor, Lorenzo acostumbraba a hablar
despacio cuando tenía una novedad, pero en esa casa se sabía con antelación
cuándo iba a comenzar alguna discusión y se tensaban las emociones como si lo
presintieran.
- No me voy a meter mah en el hoyo - Dijo
muy despacio, esperando que el ruido del televisor apagara su sentencia.
El abuelo y su madre se
quedaron mirándolo en silencio, el dejó de masticar y con
la comida en boca aún escuchó a su madre decirle:
- ¿Te volvistei loco? Al mismo tiempo que
su abuelo decía: "este es hueón".
- Pero si eso no es pa´ mi, mamá-
Iba a comenzar a argumentar una idea
que había estado estructurando hace semanas, cuando el abuelo
le increpó:
- ¿Y de dónde vamos a sacar la plata pà
mantener la casa? Aquí hay que pagar arriendo, m´hijito. !Luz
y agua y la comía!
Necesitaría más tiempo para pedir permiso
a su abuelo y a su madre y así dejar la mina y empezar
a dedicarse a ser músico en la orquesta
de la universidad.
Lorenzo entró a la
pensión, jadeando por el esfuerzo de caminar tan rápido. Dejó su maletín lleno
de papeles en el living y pasó directamente a su pieza, buscando a Cristina,
presionando fuerte el pedazo de papel que le confirmaba su beca en Santiago. Entró
sin golpear la puerta al tiempo que llamó a su esposa, casi gritando. Vio la
cama sin hacer, sabanas removidas, antes de salir a buscarla al patio central
donde seguramente estaría hablando con Doña Marta. Se encontró a la misma
señora en la puerta de su pieza.
-¡M´hijto, la tuvimos
que llevar a la posta! Es que la choa Cristina empezó punerse nerviosa y
comenzua llorar.
Giró la cabeza con
violencia y se acercó a escarbar con las manos las sabanas sobre la cama
deshecha, estaban manchadas de sangre. No tuvo que adivinar que se trataba de
una nueva pérdida de Cristina, que había cumplido cabalmente el reposo
recomendado por el médico.
- Estaba de
lo más llorona (continuó Marta), ¡pucha, m´hijito, qué triste!
Se le acalambró la mano,
con la que aún aprisionaba el pedazo de papel. Quería soltarlo pero no podía,
tenía miedo de llegar a la posta y que le confirmaran lo que ya suponía. Sabía
que Cristina deseaba a ese bebé. Hizo un esfuerzo con su derecha
temblando "desengarrotó" la izquierda y le dijo a doña Marta:
- Téngame este papel un
ratito, ña´ Marta. Voy a ver cómo está la Cristina - Le pasó la carta con
alguna dificultad y salió deprisa hacia el puesto médico.
Mientras caminaba
rápidamente hacia la posta, Lorenzo pensaba y hablaba, como era
costumbre, consigo mismo desdoblándose y por veces hasta increpándose.
- Tenis que pensar que antes de hablar
con la Cristi, vai a hablar con el doctor!
- No vai voh, Lorenzo Tapia, a desistir de esta ilusión de la Cristina. Tenis que
cumplirle la promesa de hacerle familia.
Lo caracterizaba la
persistencia y el hecho de ser destemido para los cambios. También tenía esa
costumbre de hablar con él mismo, (muchas veces a viva
voz en plena calle). Continuaba así hablándose, dándose ánimos,
para poder dárselos a Cristina.
- i tos pensaban que solo serviai pa
trabajar en las minas, no mah. Pero ya viste donde habis llegao.!
- Persistencia, Lorenzo, persistencia!
Doña Marta se quedó para
arreglarles la pieza, cambiarles las sabanas y sacudir un poco.
Al terminar sacó del
delantal la carta arrugada que le había confiado Lorenzo pero,
como estaba abierta, indiscretamente comenzó a leer, venía en papel sellado de
la Universidad de Chile, que decía, después de cabecera:
"Tengo el agrado
de comunicarle que su solicitud de beca ha sido aprobada, por favor preséntese con esta misiva en las oficinas del rectorado el día
11 de septiembre del presente año, con finalidad de dar inicio..."