2 jul 2011

"AGUAITACAMINOS/CHOTACABRAS" (cap.4)






Capitulo IV

El bus  se detuvo  en la estación Mapocho a las 6 am. Lorenzo llevaba el papel, con el cual debería presentarse en la rectoría de la Universidad de Chile, en el bolsillo derecho del pantalón. Y la dirección de la  pensión de Doña Nana en el bolsillo izquierdo; no había dormido hacía dos  días  por el viaje y la expectativa.  Revisaba una y otra vez los documentos, verificando que se encontraran ahí. Podría haberlos llevado en el maletín pero temía que se lo robaran y decidió llevar los documentos doblados en los bolsillos de su pantalón. No quería que ningún olvido o imprevisto echara por tierra el esfuerzo de él y de su amigo Rafael,  habían  movido muchos hilos para conseguir esa beca.

Viajaba  vestido con un terno y camisa nuevos que Cristina le obligó  a comprar,  zapatos también  nuevos que tuvo que sacarse porque torturaban sus pies; en una maleta pequeña sus cómodos zapatos de siempre, que le ayudarían a caminar,  y ropa de cambio para 3 días.

Se había imaginado muchas veces lo que sucedería en su reunión. Una vez en el edificio de la rectoría y presentado ante la secretaria en la recepción de planta baja, esta le dará indicaciones a qué oficina y piso debe dirigirse, una vez en el lugar indicado otra secretaria le dirá que lo están esperando y le pedirá la correspondencia, el  sacará el papel doblado en 4 partes  y lo entregará con algo de resistencia; ella pasaría al despacho del Rector que lo haría esperar 10 minutos, luego de una tímida espera de 10 minutos con la maleta a su lado y el maletín con sus otros documentos sobre las piernas, las manos sobre las asas del maletín, hasta ser recibido. De ahí en adelante era donde sus predicciones no estaban claras.   A pesar que había sido instruido por varios amigos que le dijeron lo que  le irían a preguntar, los nervios le jugarían una mala pasada y se le olvidarían todos los consejos.

Se puso en pie para salir de último, en  el pasillo del bus antes de bajarse se arregló la camisa que se le salía por la parte de atrás del pantalón (cosa que siempre le sucedía), aún más con esos pantalones que no estaban bien subidos, además  el cinturón le apretaba, extrañó sus suspensores, se puso la chaqueta ya que hacía un poco  frío de septiembre, se respiraba un aire dulce de ciudad grande, aire con olor a escapes de autos con dulce del confitado del maní.  Al bajar  le preguntaría  al chofer del bus o a  su asistente o quizás a las personas que habían viajado con él, sobre, qué micro tomaría, habiendo bajado del bus y al terminar de arreglarse la chaqueta, se dio cuenta que todos  los pasajeros ya habían desaparecido, y el bus que no había apagado el motor retrocedió  para desaparecer por una avenida.

 “¡Santiaguinos! Todos apurados"-pensó -. Aquel aire de ciudad era pesado y difícil de respirar.

No le importó, por las instrucciones que le habrían dado, sabría  cómo tomar la micro pero si tenía dudas (que seguramente las tendría) no habría problemas en  llegar caminando hasta la casa Central de la Universidad de Chile,  ni pensar en un taxi "así no conocería nada". Llegó hasta la calle Puente, como le habían indicado, el Mapocho a su espalda. Caminando recto  podría agarrar la micro pero extrañamente no pasaba ni una, pensó que quizás era muy temprano, y decidió hacer hora en la estación de bus, por lo que se regresó, eso también le  ayudaría a acomodarse  un poco, después de una media  hora sacó de bolsillo el croquis y decidió caminar,  sólo  necesitó sacar de su maleta sus "zapatos de siempre" cambiárselos ahí mismo  y  comenzar a caminar. Eran  nueve cuadras  y media en línea recta y se encontraría de frente con la Casa Central de la Universidad de Chile, las transversales a la calle por donde iba caminando le indicaba que iba bien: San Pablo, Rosas, Santo Domingo, Catedral, Compañía de Jesús. Pero algo andaba mal, debería estar frente a Plaza de Armas, pero no la veía, solo la Iglesia. Como no veía a nadie a quién preguntar decidió regresarse hasta la estación-vuelta sobre el pie izquierdo en ridícula pirueta, y siguió caminando al mismo ritmo, no importa que sea más difícil,  lo hizo, todo de nuevo, idéntico al croquis. De regreso confirmó lo que pensaba: estaba en una calle paralela. Su calle era Puente y estaba en Bandera, no importaba si caminaba  cuadras demás, el quería hacer su camino tal y como sale  en el  croquis. No le importaría caminar después el doble, era aún temprano y la reunión sería a las diez de la mañana, y aunque era su costumbre llegar media hora antes,  tenía bastante tiempo, y en ese pequeño impasse aprovechaba  de conocer un poco más Santiago,  ciudad a la  que le tenía cierto respeto.  En las   noticias   repetían de manifestaciones contra carabineros y militares  cada vez más violentas, aunque siempre le decía a Cristina que un día iría a una de esas manifestaciones  de apoyo a Allende, “sólo por hacerla rabiar”. A él nunca le gustaron las multitudes ni las ciudades grandes. Aunque sí decía que estaba en esas manifestaciones de apoyo “de corazón”  (sólo viviría en una ciudad grande por la necesidad  de un trabajo). Y ahora estaba en esa necesidad.

Una vez en Puente continuó caminando con ritmo calmado las mismas calles pero con la certeza que esta  vez lo hacía tal y como en el croquis: San Pablo, Rosas, Santo Domingo,  Monjitas (por fin en la Plaza de Armas). Había caminado lentamente por la  calle que lo avisaba próximo a su destino.  Allí divisó de frente unos obstáculos de madera que impedían el paso. Militares armados  se veían con aspecto agresivo, no hacía falta pensar mucho para darse cuenta de qué es lo que estaba sucediendo, el mero hecho de ver ahí a esos militares lo decía todo. El país estaba sumido, desde julio, en el temor de un nuevo intento de golpe de estado, la situación política era de total polaridad, o se era un momio fascista de mierda, o se era  un comunacho marxista de mierda. Él se suponía marxista de mierda, ya que había pertenecido al PC (Partido Comunista) cuando trabajó en la mina, y al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria)  cuando se metió a la Universidad.

Él ya venía hablando con él mismo desde hace mucho pero dijo esto en voz alta, como reaccionando:

 - Putas la mala cuea que tiene el Lorenzo debe tratarse de otro  tancaso, la mansa cuea!!!!!
 - Ya tu acercai y preguntai, sabis bien que tenis esa virtú, te lo dicen todo,  (se dijo esto mismo pensando en las mil veces que Cristina le pidió que "no se metiera en peloteras").

Se había acercado hasta donde estaba el soldado que se veía  más raso, detrás de la barrera de madera.

-  ¡Guenos días, señor!-
-  ¿Tú, qué querís?
-  No, señor, si yo quería pasar nomah.
-  Aquí no hay paso  pa´ voh, ni pa nadie! Y es mejor que te pongai a andar si no vay preso!
-  Disculpe, señor.

Esa breve conversa bastó para darse cuenta que ese once de Septiembre estaba sucediendo algo más grave de lo que se imaginaba, pensó en irse directamente hacia la pensión de la prima de doña Martha, con la que ya había hablado. Ver tanto militar armado haciendo barricadas ponen bastante nervioso a cualquiera, descartado lo de andar caminando por Santiago, un taxi debería ser fundamental en ese momento. No conocía a nadie ahí, sería necesario que el taxista fuera honesto y lo llevara al sitio directamente, con mucha suerte encontraría uno aunque fuera deshonesto.

Los pocos taxis que vio pasar no le hicieron el menor caso;  empezó a caminar muy deprisa dando su tranquillo hacia la estación de buses, pensó que seguramente allí conseguiría el taxi hasta la pensión de Doña Nana, trató de recordar de memoria la dirección pero los nervios lo traicionaron y  no recordó nada,  cuando estaba a menos de una cuadra de la estación Mapocho se dio cuenta  que  el papel con la dirección faltaba en los bolsillos, como no estaba cansado y  tenía por costumbre caminar, decidió regresarse mirando al suelo  hasta que encontrara la carta, su determinación no le impediría estar dando vueltas calle arriba y abajo hasta media noche si fuera preciso. Pero en esas circunstancias sería bien complicado  estar subiendo y bajando hasta que apareciera el papel. Al paso por La Plaza de Armas se dio cuenta que del otro lado habían estacionado varios camiones de soldados, no fue necesario dar tantos pasos hacia atrás cuando el trozo de papel apareció.  El alivio de un suspiro se vio interrumpido por el tableteo de una metralleta, que lo paralizó en pánico. Casi corriendo conversaba  con el mismo nuevamente, con las palabras entre cortadas por el acelerar de la respiración.

- ¡Ya, hueoncito!,  a la estación y tomai de una vez el taxi a la pensión!!.
- ¡Pero es que necesitaba  el papel con la dirección!
- ¡Claro al gil le falla la memoria justo ahora!, ¿No te podiai haber acordao de la dirección?
- ¿Y qué iba a  hacer yo,  hueón?!!!
- ¡Sigue caminando! ¿No veí que están disparando?

Lorenzo estaba dispuesto a seguir discutiendo con el mismo a viva voz, cuando se dio cuenta que ya  había cruzado  un puente sobre el río y además había avanzado  dos cuadras más lejos de la estación.

- ¡Vuelta, Lorenzo, como bailando! (Volvió a increparse).
- ¿Cómo podís ser tan hueón en esta circunstancia?

Cuando  por fin llegó a la estación de buses se dio cuenta que estaba tan solitaria como el resto de la avenida. Poquísimos autos circulaban y uno  que otro camión de esos que  llevan a los  soldados, a toda velocidad.

- ¡Hay que pensar rápido y bien, Lorenzo! (continuaba su monólogo).

De pie en la  estación, se quedó pensando  por un minuto con  maleta, maletín y la recuperada dirección en la mano. Vio cómo  pasaron  dos aviones militares "de esos usados en las guerras" a relativa baja altura. Tanto por el sonido que emitían como por la situación que se tornó ya desesperante fue imposible evitar el reflejo de subir la cabeza hasta verlos desaparecer, tapados por un edificio diagonal a la estación que tenía un letrero  de latón que decía HOTEL. (Seguramente un parejero)

Cruzó corriendo la calle, empujó con fuerza una puerta sin  pestillo pasado, la cual se abrió fácilmente. Detrás del escritorio de la recepción se asoma un hombre, iluminado por la luz azul de un pequeño TV que tenía en la parte baja, que le grita:

- ¡Oiga, iñor, no estamos dando alojamiento!

Quien le hablaba era un personaje calvo. El poco pelo que tenía le caía largo en las sienes, y estaba también acomodado con gomina arriba de su calva. Su frente arrugada reflejaba la tensión de lo que sucedía.

- Buenos días - dijo Lorenzo (adoptando una posición altiva de "hombre de negocios") Además que sabía que para convencer a alguien no podría comenzar sino con buena educación.
 - ¡Oiga ya le dije que no estamos dando alojamiento hoydía!

Lorenzo trataría primero de calmar la situación y después  convencer al administrador (quizás dueño) de  ese humilde hotel "parejero" frente a la estación Mapocho.

Sonriendo - Pucha la que está cayendo allá afuera. Nosotros sabíamos que  sería así…   pero, por la cresta, que me tocó la mala suerte que me agarró en mal momento. ¿Están diciendo algo en la tele?

El hombre detrás del escritorio se incorporó un poco más y respondió con algo de desconfianza:

- ¡No, no están diciendo ná!
- Ya dentro de poquito van a empezar a aclarar toó, ¿Usté, estaba aquí en Santiago cuando pasó lo del  tancazo? (Lorenzo usaba un modo de hablar como cuando imitaba a los derechistas burlándose)
- Yo de aquí nunca me muevo, somos yo y mi sobrino que atendemos.
-¡Ya, bueno!  (Dijo Lorenzo simulando tranquilidad y dominio de la situación tanto fuera como dentro de esa pequeña recepción de hotel).

Habló  mirando por la pequeña ventana alargada de la puerta de madera, sabía que despertaba curiosidad, como si trajera la respuesta de que es lo que ocurría o como si fuera participante de lo que ocurría.  Su  postura de "manda más”, poco común en él, lo hacía verse más alto.

- Oiga amigo, yo  vengo llegando a las seis de la mañana en el bus desde Antofagasta, esta situación mañana por la mañana  va a estar solucionada. Yo debería estar en la Casa Central de la Universidad ahora mismo, pero con la cosa como están, se dará cuenta que no va a ser posible llegar (se volteó y camino hacia el escritorio  mirando a los ojos al atemorizado administrador).
 -  Además - . Dijo,  mientras se escuchaban ecos de disparos que no le inmutaron - no va a dejar usté que me maten por error allá afuera.

Puso una gran sonrisa que tranquilizó un poco al hombre que  era un manojo de nervios.

Continúo Lorenzo:

-  Oiga, no pienso tomar ventaja de la situación ni de mi posición. Mire le pagaré dos noches por adelantado, y si me voy mañana por la mañana queda como propina. ¿Cuánto cuesta la noche?
 - Quinientos pesos…! 
 - ¡Ya pueh! (Más disparos aislados. Lorenzo se agacha un poco la cabeza) 

Sonriendo  dice: ¡Chucha! : Le extiende mil pesos, aún sonriendo.

- El hombre le pasó la llave marcada con el número 28,  en un gran pedazo de madera curtida por el manoseo.
 - ¿Le ayudo con las maletas?
 - No se preocupe yo puedo solo. 

Su atuendo nuevo  y pulcro, ayudó a convencer  al dueño de ese hotel, que se trataba de un hombre importante que se vio sorprendido por algo que el "ya sabía que sucedería,"  lo único que podría delatarlo eran esos viejos y desgastados zapatos que llevaba puestos, y la antigua maleta.

Sabía,  sobradamente,  que una mentira se fabricaba, no solo por el contenido de esas mentiras, si no por la forma en que eran dichas, cosa que aprendió a hacer desde muy joven, sacaría partido de eso toda su vida.

Al llegar a su cuarto 28 una cama doble un baño chico, un  pequeño closet, una lámpara de techo y una radio  sobre el  velador  con un pañito bordado  debajo de ella.

-¿Funcionará esta custión? - dijo en  voz alta, simulando todavía ser quien no era. Hizo una carraspera  de personalidad, para aclarar  la garganta. Nervioso agarró la llave intentando abrir.

Encendió la radio y se prendieron unas luces amarillas  que indicaban en qué sintonía  de dial está.  Movió el dial   y buscó una radio que diera información. La primera que encontró,  ahí se quedó escuchando. Ya eran las 9 de la mañana, se sentía en la calle el ruido de lo que dentro de poco se fraguaría como un golpe de estado, Lorenzo ya tenía claro lo que estaba sucediendo.

Se sentó en la cama y escuchó la primera la radio. A ver si podía saber algo de lo que sucedía afuera. Solo se escuchó música de bandas militares e himnos que, de vez cuando, se interrumpían para escuchar a un locutor hablar sobre las consignas de las fuerzas armadas que lideraban el golpe. Se soltó el cinturón que le torturaba y le  dejaba marca en el ombligo. Escuchó más disparos  en la calle, decidió cerrar la persiana de madera que tapaba por completo la ventana. Sabía que la madera no pararía las balas, pero por lo menos no lo verían a él, así estaría más tranquilo. Se sentó nuevamente en la cama junto a la radio, ya que durante una hora se escuchó siempre lo mismo y no se recibía ningún otro tipo de información,  hasta que encontró una radio por la cual estaba hablando el mismo Salvador Allende, cosa que lo tranquilizó. Pensó que, a lo mejor, la situación ya estaría controlada, por los mismos generales que habían repelido el "tancaso". Estaba tan cansado por el viaje que no escuchó lo que decía, sólo escuchó que era Allende. En una posición más cómoda, y a pesar de la gravedad de lo que estaba sucediendo, (las cuarenta y ocho horas sin dormir le cobraban factura)  se durmió tendido en la cama, diciéndose así mismo:

- Es descansar un ratito y ya sigo pendiente de las noticias.
  
Así se quedó dormido Lorenzo,  durmió durante todo el golpe de estado,  ni las balas ni el ruido de las cercanas explosiones de las bombas que los aviones tiraban en La Moneda  lo despertarían,   solo despertó a las 10 pm de ese mismo día, sobresaltado y confundido. Le costó diez segundos ordenar su cabeza y saber dónde estaba, por qué y qué estaba sucediendo, no faltó la recriminación hacia  él mismo de "por qué se le ocurría quedarse dormido en ese preciso momento". Entró al baño, se lavó la cara, se miró en el espejo. Solo tenía puesta la camiseta blanca, raro fue que no recordó en qué momento se quito la chaqueta, la camisa y la corbata que había dejado acomodado en el pequeño closet. A lo mejor la Cristi - pensó para sí mismo - sonrió irónicamente por su propio mal chiste.

Se vistió con su nuevo terno nuevamente, poniéndose esta vez los zapatos nuevos,  y bajó las escaleras pero solo hasta la mitad, ya que daba justo  para ver al mismo personaje de esa mañana, en la misma posición, iluminando su cara  con  el brillo azul del pequeño televisor.

- Buenas noches, jefe! (simulando hacer la misma interpretación de la mañana).
 - Buenas noche, señor (le respondió el personaje).
 - ¿Se sabe algo ya, de cómo está la custión?
 - Lo único que parece que ya no está Allende más señor, parece que se suicidó.

Lorenzo no pudo disimular su angustia en ese momento,  su cara fue expresión clara de lo que sucedía por su cabeza.

- Hay estado de excepción, señor. No se puede salir a la calle.
 - Ya, no, si…. estee ,,,  eso uno se supone cuando pasan estas cosas (haciendo un pésimo intento por recobrar la compostura) ¿Ud. no tendrá servicio de comida aquí no, cierto?
 - No señor, si esto es puro hotel no máh. (Casi sosteniendo la ironía.)
- Ya bueno, nada se pierde con preguntar. Mañana saldré a dar una vueltita a ver qué encuentro. (Aunque trataba de interpretar el papel, hablaba con la mirada perdida en una pared). Antes de irse a su pieza, preguntó al recepcionista: 
 - Oiga ¿Y quién queda de presidente entonces?

Respondió encogiéndose de hombros, y le dijo: - Unos generales parece.

- ¿Se sabe   quiénes son?

La respuesta fue simplemente encogerse de hombros.

Lorenzo subió  nuevamente y se metió en la cama mirando el techo, dispuesto a pasar una  noche de insomnio, escuchando la radio  para enterarse de qué es lo que sucedía. Pero quizás por un mecanismo de defensa, volvió a quedarse dormido, solo despertó a las 7 de la mañana del otro día, nuevamente no supo en qué momento se había desvestido para quedar en calzoncillos y camiseta, su ropa toda acomodada en el pequeño closet.

Se levantó buscando en la radio algo que le dijera cuál era la situación en ese momento. Tenía mucha hambre, se bañó y se puso ropa de diario. Bajó las escaleras y no dio los buenos días a quien se encontraba en el mostrador en la misma posición que el otro señor, sólo dejó la llave y dijo:

- Voy a salir un ratito a ver si encuentro algún sitio pa´ comer alguna cosa, ¿Ud. no sabe donde podría?
 - Aquí a la vuelta no más, señor,   pero no creo que encuentre abierto.
 - Ya voy a asomarme un rato no máh y después veo.

Afuera no encontró nada abierto, pero a pesar del estado de excepción sí alcanzó a divisar algunos taxis que ese día sí estaban circulando. Lo mejor en ese  momento era ir al hotel agarrar su maleta, su maletín y dirigirse a la pensión, así lo hizo y, en menos de una hora, ya estaba saliendo del hotel vestido nuevamente con su terno,  lo único que no se puso fueron esos zapatos desgastados, iba con sus "zapatos nuevos", por si acaso - pensó- .  Le costó un poco encontrar un taxi, y comenzó a caminar  en otra dirección,  paralelo al río  ya que no quería encontrarse de nuevo con los militares que había visto en la barricada. Sólo caminó un par de cuadras, paraba de vez en cuando para hacer  señas a los  taxis hasta que por fin paró uno, subió sus cosas, entró y  al sentarse dijo con voz de gerente de banco:  A Aldunate  con Pedro Lagos, por favor. Como si la dirección de la pensión la supiera desde siempre. Se sorprendió el mismo que al revisar el papel con la dirección que llevaba el pantalón ,era esa la dirección!. El taxista comenzó a  sacarle conversación, pero Lorenzo estaba parco, pararon en un puesto improvisado de control  de carabineros, Lorenzo pensó en ese momento que quizás los pocos taxis que había, estaban obligados a pasar por esos puestos, para ver a quién llevaban. Al ver cómo se asomó el carabinero a la parte de atrás del taxi, por un breve instante Lorenzo hizo un gesto de mirar en otra dirección con expresión de molestia, como para simular ser "alguien importante" a quien los puestos de control le quitaban tiempo, no le pidieron que bajara, el carabinero se dirigió al conductor del taxi.

- ¿A dónde se dirige?

Lorenzo alzó la voz casi como un grito desde la parte de atrás del vehículo, interrumpiendo al conductor que aun no comenzaba a hablar.

- Oiga, señor, vamos a Aldunate con Pedro Lagos!!!!! (Simulando molestia por el atraso). Supuso que el conductor le hizo  alguna seña con la mirada al carabinero, que  dio un paso atrás hizo unas señas con la mano y le dijo  al conductor:
 - Circule por favor, y perdone la molestia, Lorenzo recalcó aún más su papel  de hombre importante, quedó mirando muy fijamente y serio al carabinero, al partir de ahí le preguntó al chofer.
 - ¿Hay muchos controles más?
 - No se, señor, pero  donde vamos  no es muy lejos, parece este puro control.

Se sintió aliviado y no lo pudo disimular.

Fue en ese momento que se dio cuenta de lo mal que le hubieran quedado  los  zapatos, de siempre, con ese atuendo elegante, afortunadamente se  había puesto los nuevos ya que las condiciones de los otros zapatos hubieran despertado la suspicacia de los carabineros, si es que lo mandaban a bajar. 

Al llegar a la pensión, estaba ubicada en una larga calle con árboles que según pensó él, "refrescarían el caminar en el verano", tocó el timbre donde una señora de unos 65 años, con cara dulce, se asomó por la puerta sin abrirla del todo,  lo suficiente como  para asomar la cabeza, agarrándose con una mano el escote de la bata de levantarse  y con la otra sujetar la puerta para que la tapara.

- ¿Qué desea, caballero? - Vengo a hablar con la señora Nana. (Ya sin interpretar ningún papel)
- ¿Qué desea, caballero?, repitió la pregunta, un poco molesta al desconocer al hombre que tocaba su puerta.
- Es que vengo a hablar con la señora Nana, lo que pasa es que yo había  hablado con ella referente a una pieza para alquilar.

Antes que ella increpara nuevamente por su identidad, dio un paso atrás y le dijo:

- Mi nombre es Lorenzo, Lorenzo Tapia.
- Ooooooyyy pero mijiiiiito,- dijo la señora Nana quitándose la mano de la abertura de la bata y abriendo de par en par la puerta.
Levantando los brazos, y agarrándole la cara le dio "besos  de abuelita".
- Mijito ¿Dónde estaba usté metido? Estamos todas preocupadísimas por usté. Fíjese que lo han llamado de Antofagasta ya ocho veces, su esposa está harto nerviosa.

Lo dirigió colgándose de su brazo a un salón donde tenía  una mesita con un teléfono. Llamó a un operador, para  que le dieran comunicación con Antofagasta, Martha tenia teléfono en la casa también, era una suerte.

- Mientras usted habla m´hijito le voy a preparar algo pa que  desayune.
- No, si no hace falta, doña Nana.

Ella aunque lo escuchó se hizo la que no escuchó nada y fue a tostar pan.

Lorenzo ya había hecho las diligencias para que Cristina estuviera en su reposo. Por las mañanas con Doña Martha y, por la tarde, con una amiga cuyo nombre no recordaría nunca. Mientras él se dedicaría en Santiago a  realizar el proceso de inscripción y  ver el cuarto donde vivirían.

- Cristina  llorando- ¿Pucha, gordo, dónde cresta estabai?

La comunicación era mala pero Lorenzo sentía la desesperación y la angustia.

- Cristinita, es que me agarró esta pelotera justo cuando venía llegando.

La llamada de larga distancia repetía las  frases completas de Lorenzo,  que procuraba hacer espacios entre frase y frase.

- ¿Pero cómo no llamai? No sabís lo que uno está pasando aquí? (llantos).
- ¿Estai bien ahí?  ¿Ha pasado algo?- De aquí era imposible llamar, si me tuve que refugiar en un hotel cerca de la estación.
- ¡Oye si aquí no ha pasao na muy grave! ¡Si es por lo que estoy pasando sin saber de voh! (más llantos ahogados).
- Cristinita,  si estoy bien. Lo que pasa es que no podía llamar. ¡No sabís cómo está la custión aquí!.
-Sí, sí sé,  estoy  viendo  la tele! (más tranquila).
 - Ya….  Oye,  te estoy llamando de la casa de  doña Nana!, Me voy a quedar aquí hasta ver cómo soluciono la custión!
 - Ah ¿Ya llegaste?  ¿Donde la Nanita? (Se escuchaba su voz con nariz  tapada).
- Si pueh, si de aquí te estoy llamando. (Ambos acortaban las frases diciendo solo lo necesario).
- Ya, me quedo más tranquila (con voz aun nerviosa), oye dile a la Nanita que aquí la Martita le manda saludos.
-Ya, sí, yo le digo. Vamos a cortar, mhijita, por que va a salir muy cara la llamada.
- Ya mi  gordo, cuídese  y no se ande metiendo en medio de peloteras donde no lo han llamado.
- ¡Sí sabis que no puh, Cristi! ¡Ya! ¡Te dejo porque ya no oigo casi ná!  ¿Aló?  ¿Aló? ¿Aló?

La llamada se había cortado.  Cristina no alcanzó a despedirse. Colgó, se sobresaltó un poco al  ver a doña Nana, parada a su lado, sonriendo por haber dejado tranquilas a "las de Antofagasta", agarrando su bata de dormir   con las dos manos, una casi cerca del cuello. Lo miraba mientras sonreía, se soltó las manos y lo agarró del brazo conduciéndolo hasta a cocina donde tenía un taburete  alto que había puesto para comer en el mesón. Le había puesto café con leche, pan tostado, mermelada y mantequilla.

-  Si no hace falta, Doña Nana, yo ya comí - mintió.
- Usted no ha comido ná  m´hijito. Siéntese y  coma. ¡Si hasta trae cara de hambre!

Lorenzo no había comido nada desde un día antes de su llegada. Por lo menos 48 horas sin meterse nada a la boca, tenía hambre atrasada. La señora Nana se dio cuenta de eso y se paró a tostar un poco más de pan, sacó un poco de queso que tenía en el "frigider", sin preguntar si quería o no. Lorenzo estiró la mano para recibir el plato con el queso en lonchas, Juntó queso, mantequilla y mermelada en un pedazo de pan tostado, que engulló rápidamente casi sin masticar. La señora Nana se apresuró a levantarse  y pelarle una naranja para que "quedara completo", no sin antes ofrecerle otra taza de café con leche. A ella le gustaba ver a la gente comer con hambre y en ese momento hambre era lo que más le sobraba a Lorenzo, quien jamás perdía el apetito, incluso en esos momentos angustiosos.

Habiendo terminado el café y comenzaba a comerse la naranja, ella se puso a su lado y, en forma maternal, le preguntó:

- ¿Y qué opina de toda esta custión que está pasando?
- La verdad, doña Nanita,  todavía no tengo bien claro qué cresta está pasando. (Simulando ignorancia).
- ¿Usté no se ha dado cuenta lo que pasa?
-  Más o menos nomáh, doña Nana. Fíjese que cuando me bajé del bus me fuí caminando a la Casa Central, ahí antes de llegar, eso estaba ya con militares, y yo ni me acerqué a preguntar ná. Como uno no sabe qué está pasando. (Sabía que sobre actuaba).
- Eso estuvo bien. Mire lo mejor de  todo esto, es que por fin nos quitaron de encima a esos comunistas de mierda.
- ¿Pero entonces es verdad? ¿Allende no es más presidente? (En ese momento dejo sin masticar un  trozo de naranja en su mejilla).
- ¡Se suicidó, por cobarde y tramposo!
- ¿Pero, usté, cómo sabe si no lo mataron?
- ¡Lo dijeron en la tele!

Después de desayunar,  se instaló en la  habitación que  Doña Nana había reservado para Cristina y para él. Le pareció inmensa  en comparación con el  pequeño cuarto donde había estado la noche anterior. Parecía que había pasado una semana de eso, pero sólo  había sido el día anterior.  La hora de almuerzo era a las 2 pm, por lo menos podría ver algo de televisión. Se volvió a lavar  a pesar de que ya lo había hecho esa mañana, se puso su ropa de diario y MUY CONSCIENTEMENTE, dejó colgado su palto en un gran  closet que tenía esa habitación.

Se dirigió al salón donde temprano había hablado por teléfono con Cristina, ahí había visto un tv grande donde seguramente la gente de esa pensión pasaría los ratos de ocio. Encontró a un grupo de hombres de su edad, todos con el pelo largo  y casi tan mal vestidos como él. Sintió que había encajado en un puzzle donde era la pieza que faltaba. Después le explicaron que Doña Nanita  le alquilaba cuartos a "puros profesores universitarios". Se sintió en su ambiente o más bien en uno de sus ambientes. Ahí  se quedó viendo la TV hasta  que las noticias se acabaron. A su lado Jaime Solórzano,  profesor de química, en la Facultad de Química y Farmacia, le preguntó si trabajaba en la universidad. Lorenzo era normalmente muy comunicativo pero eran tiempos de callar y no de comunicar. No le contaría cómo había llegado desde Penco hasta Antofagasta y. luego, a Santiago, menos aún sus convicciones paseos por el PC, sus asistencias al MIR en la Universidad, apenas  lo justo, cosa que sea quien fuere, pasára inadvertido .
  
Jaime Solorzano se dirigió al resto del grupo que se encontraba ahí- Los fascistas han suspendido todas las actividades de la Universidad, las autoridades han sido removidas y están llamando por radio a cuanto perico ha estado metido en la UP o partidos de izquierda.

Lorenzo sin preguntar trataba de sacar información y saber que es lo que pasaría con su beca.

Ante los comentarios de que es lo que sucederá y que deberian hacer Lorenzo increpó.
- ¡Pero la universidad no puede parar! Sea con el gobierno que sea.

A Jaime Solórzano le tembló  la voz.

- Oiga, don Lorenzo, la universidad seguramente dentro de poco vaya a reabrir pero harán una depuración  interna y dentro de poquito la universidad ya no será lo que Ud. piensa! ¡Será otra custión!

- ¿Ya pero la gente como usted que ya trabaja en la universidad?

Jaime sacudió la cabeza haciendo una repetida negativa con los ojos llenos de lágrimas.

 - Yo, de todas maneras, me voy a presentar a la universidad, si tan metido no estaba en la política - Explicaba, mientras sus manos temblaban aun más.

Lorenzo sintió como si hubiera tragado un pedazo muy grande hielo, y este formara más hielo en su estómago. La institución que le daba la beca había desaparecido, eso es por el lado "menos malo", ya que además el nuevo gobierno había comenzado a meter preso a los ministros de Allende, y de ahí en adelante seguiría metiendo gente presa. Pensó que le faltarían cárceles, porque los de izquierda eran muchos.

- ¿Pero aquí en Santiago a donde los van  meter presos a todos? - Bromeó en voz alta Lorenzo, paralizando de miedo a los que ahí estaban.

Queriendo ser fuerte  y dar seguridad a ese grupo que ya  sentía  pánico, se dio cuenta de la reacción de los que estaban y pensó que lo mejor sería hacerse el tonto siempre. El ambiente  era de mucha tensión, las noticias no dejaban de ser malas por todos lados. También pensó que era mejor darle tiempo al tiempo.

Cinco días más habían pasado y en esa pensión casi nadie salía  a trabajar. Poco era lo que sucedía aparte de la rutina de comer, retirarse a su pieza y por las tardes ver noticias. Al quinto día llegó un camión de militares a gran velocidad, haciendo sonar sus ruedas al frenar frente a la pensión, se bajaron varios soldados armados que se pusieron en fila, mirando hacia la pensión. De último, se bajó uno que  no tenía  casco,  se veía que era el que mandaba más. Golpeó  fuertemente la puerta, no esperó tres segundos para repetir esa manera de golpear tan insolente en casa  ajena.

Doña Nana como jefa de de esa casa era la única que abría  la puerta y la única que respondía el teléfono.

- ¡Buenos días!
-  Buenos días, señora.  ¿Es usté la dueña de la pensión?
-  Así es, señor, correctamente.
- ¿Usted tiene alojados aquí a Hugo Marambio, Jaime Solórzano y Roberto González?
- Bueno ellos se quedan aquí por temporadas pero ahora mismo…

Doña Nana no alcanzó a terminar de hablar cuando ese militar empujó la puerta, haciéndola caer sentada, no pudo sofocar un grito. Entró  ese que parecía sargento y tres soldados más que lo seguían a paso de trote. Las botas sonaban  por el pasillo, hasta llegar a ese salón central, desde donde se podía tener una vista de todas las puertas de las habitaciones.

- ¡Hugo Marambio, Jaime Solórzano y Roberto González!

En ese momento, junto a su puerta, Lorenzo tenía la mano en la manilla, solo para preguntar ya que a él  no lo habían llamado. En ese instante, como una centella, imaginó lo que le diría Cristina:

- ¿Te llamaron a voh? ah? ¿Te llamaron a voh ? ¿Ah?  ¡Entonces no  tenis nah  que estar asomándote donde no te han llamao!

Inmediatamente,soltó la manilla de la puerta. Nuevos gritos aun más fuertes se sintieron muy cerca de la puerta de la pieza de Lorenzo.

- ¡Hugo Marambio, Jaime Solórzano y Roberto González!

Se sintió el ruido de una puerta,  pasos y conversaciones que no alcanzó a entender. Después los ruidos de otra puerta,  más pasos, más conversaciones acaloradas, que no se alcanzaban a distinguir.  Pasos saliendo de la pensión y nuevo grito aún más fuerte.

 - Roberto González!!!!!!! Roberto González!!!!!!
 Lorenzo sintió los gritos casi dentro de su pieza, a seguir sintió como de una patada con esas botas negras abrían la débil puerta de madera, era en la pieza contigua a la suya, escucho claramente como se rompían cosas y alguien se resistía a ser llevado,  "hombres forzando….  - "conchetumadre"….-  Con los dientes apretados mientras hacían fuerzas, hasta que  en pocos segundos su vecino (a quien no alcanzo a ubicar de cara), fue sacado de su pieza destrozada, mientras gritaba:
- Si yo no he hecho ná hueon  POR QUE ME LLEVAN A MI?  SI YO NO HE HECHO NÁ!!!

 Se escucho un ruido seco al tiempo que un quejido, Lorenzo adivino un fuerte culatazo en el estomago o en las costillas, en posterior conversación con Doña Nana, se lo confirmaría, estaba ella llorando y preguntaba:

- Qué esta pasando? …Por qué se los llevaban?..... ¿A dónde se los llevan?....
 No recibió ninguna respuesta solo una pregunta de ese que mandaba que volvió a entrar, y gritando:
- Usté iñora a cuantos comunistas mas esconde en esta casa?
- yo? a ninguno si doy alojamiento a puros profesores de la universida...  (Ella iba a seguir explicando cuando la interrumpen con nuevos gritos.)
 - Estos señora!, son comunistas! con usté misma vamos a hablar después a ver a cuantos  mas usté va a seguir escondiendo!!!

 El militar sale seguido por las botas que golpean el suelo como si se tratar de una manada de caballos, se escucha partir el pequeño camión.
 Lorenzo dejo pasar mas o menos media hora antes de salir de su pieza, en la cocina estaba Doña Nana aun nerviosísima, tomaba un té de esos que calman los nervios, Lorenzo se asomo a la cocina inclinándose hacia adelante por la puerta.

- Permiso.
- M´hijito!  Si con toda esta custion hasta me olvido de que usted estaba aquí!
- Queda alguien mas en la pensión Nanita?.
-  Hay un señor mas que me dijo que se iba a ir hoydia en la noche, por que esta asustao que se lo lleven a el también, y queda usted no mas!.
- Pero dijeron algo?  Se sabe donde los llevaron?
-No dijeron ná….Se los llevaron así nomas, voy a tener que avisarle a la esposa de de Don Jaime que vive en Valparaíso, el señor Hugo es soltero…..así que no tengo a naiden a quien llamar.

 Estaba tan atemorizada sobre lo sucedido que no quiso siquiera mencionar a Roberto González, también Lorenzo estaba atemorizado por lo que tampoco preguntó.

 - Hicieron añicos la pieza que esta  al lado de la suya.
- Así escuche doña Nana.
- Yo no se que hacer! juntarle las cosas de ellos pa que después vengan a buscarlas,  o a lo mejor ellos solitos regresan,
- A lo mejor.

 Doña Nana le preparo desayuno igual como el primer día, ya que tenia intuición de que pasaba hambre, y el hambre era una característica de Lorenzo cuando estaba nervioso.

 - Doña Nana, yo creo que en dos días mas o a lo mejor uno solo yo también me voy a ir, a mi igual me pueden llevar si regresan!  y quien sabe lo que les pase, yo por mientras me voy a Antofagasta a estar con la Cristina hasta que las cosas aquí en Santiago se tranquilizan, no se preocupe por el alquiler igual le dejo pagado el mes, lo único que le voy a pedir Doña Nana, si, cuando me haya ido, vienen los militares y preguntan por mi….  no les vaya a decir que estuve aquí.. Si igual me llevo todas mis cosas….  le dejo la pieza tal y como la encontré.
 - Si m´hijito a uste no lo van a venir a buscar, por que   no creo que  vayan a venir mas. Le voy a pedir un favor para hoydia!
- Dígame nomás doña Marta (era fácil confundirles eran muy parecidas)
- Que me queme un poco la basura allá atrás !mire que el camión no ha pasado, y ya se me empieza a acumular!
- Ya Nanita, dígame donde esta la basura nomas y yo se la quemo!

 Lorenzo aprovecho y busco casi todos los documentos que traía en el maletín de los documentos, excepto partida de nacimiento y otros de identificación, pero todos los curriculum que traía y referencias fueron quemadas hasta que solo fueran ligeras cenizas negras, lo mismo hizo con sus carnets de partidos políticos.

 Pasaron 3 días desde que los militares fueron a casa de Doña Nana cuando Lorenzo vestido nuevamente de elegante, salía de la pensión de Doña Nana con la promesa de "venirse de todas maneras"  ya que en menos de un mes va a estar todo arreglado le dejaría pagado ese mes de pensión a Doña Nana, por si acaso, aunque podría haber tomado una micro si caminaba un poco prefirió tomar un taxi nuevamente hasta la misma estación de buses,  al bajar del taxi diviso nuevamente el hotel  donde se hospedó ese once de Septiembre, se dispuso a tomar el bus de regreso que esta vez demoraría cuatro días en llegar a destino ya que de noche no se podía viajar, por el toque de queda.

 Lorenzo se lamento de haberse llevado un libro para entretenerse por mientras, solo podría pensar y dormir.

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