CAPITULO III
No contaré mis primeros
recuerdos de mi casa en San Félix ya que no conocí a mi madre, me
dijeron que murió pariéndome, ella me hubiera dicho quien era mi papá
pero no tuvo esa oportunidad; lo más cercano a una madre que conocí fue a
Inés, hoy creo recordar que era una medio hermana de mi mamá, supongo que la
conoció ya que me llevaron con ella; si ella hubiera querido me hubiera
acostumbrado a decirle así pero, por algún motivo, sólo le decía
"Inés"; me había cuidado desde mi nacimiento, ella tenía diez años
cuando siendo bebé me entregaron, me atendía junto a tres hermanos
y dos hermanas menores de quienes también cuidaba hasta que llegaba su mamá de
trabajar, lo hizo hasta que tuve 6 años.
Ese día la escuché
hablando con su novio, lo único que pude entender de esa conversación fue a
Inés diciendo:
-
Lo voy a llevá a qué las monjas gallegas… esas de Unare, me da vaina con el
carajito, pero de veldá no puedo mantenelo mah.
Mi primer recuerdo
realmente memorable fue precisamente en la primera de esas
casas de cuido en las que crecí, cuando llegamos con "mis
cosas" metidas en una bolsa de nylon entretejida color rosado.
Desde la ventana de esa
sala la vi por primera vez jugar en el “patio” con los demás niños.
Destacaba su cabello rubio y encaracolado del resto de las cabecitas negras y
pieles mucho más oscuras, aunque todos estaban sucios, la suciedad
en ella destacaba más en la piel de las piernas endurecidas por la costra
de sudor y tierra, supongo que Inés pensó que era el mejor lugar para que
me quedara; mi mirada buscaba la mirada de una persona que hablaba
de “algo de seriedad “ con Inés y, por su cara, se notaba que no estaba
entendiendo nada, le aconsejaban no dejarme ahí, ya que "ella era mi familia”.
Realmente prefería
quedarme, todos parecían de la misma edad y ser parte de un todo al cual
quería integrarme, la idea no me desagradaba con el tamaño que tenia a
mis 6 años, el ancho de mis hombros me hacía parecer un niño del doble de mi
edad. Sin embargo, no tenía la agilidad mental de ninguno de esos rapases,
algunos incluso más pequeños que yo (de tamaño no de edad) con los labios
gruesos y cachetes inflados. Mi actitud pasiva y de niño llorón daba la
impresión de ser “el bobo grande”.
Todos seguían y
obedecían a Zenga (así se llamaba); parecían una manada siguiendo a un
ALFA. Jugaban en el gran descampado que quedaba detrás de la pequeña casa, era
un solar sin árboles limitado naturalmente por un cinturón de grandes rocas,
después de ellas unos 200 metros más de descampado, al frente monte
inaccesible, más allá del monte se veía que pasaba una avenida, no había
órdenes de no ir más allá de esas rocas, tampoco había la intención de hacerlo;
sólo eran usadas como si fueran “columpios o toboganes”.
Zenga montaba esas
grandes rocas, los demás la seguían saltando con una agilidad que me
hubiera gustado tener, aunque había algunos más altos y más fuertes se veía
desde lejos que ella era quien mandaba. Si bien sucedía con poca
regularidad, de vez en cuando algún insolente la desafiaba con la
esperanza de ser él quien tuviera el liderazgo del grupo, forzando alguna
pequeña humillación o algo que le hiciera demostrar algún atisbo de debilidad.
Una de esas veces
sucedió el mismo día de mi llegada, ella estaba de pie en la parte alta de una
roca, uno de esos chicos por detrás la empujó haciéndola caer en la roca de más
abajo, lo que causó que sonara con fuerza manos, codos y rodillas; al
tiempo todos soltaron una carcajada por la humillación a "la gringa”.
Quedó cuatro segundos en la misma posición en la que había caído, rápidamente
cogió una piedra la cual podía esconder en su mano cerrada, más pequeña que una
nuez pero lo suficientemente grande como para causar daño, una vez escondida en
su puño cerrado se incorporó como un resorte hasta ponerse en la cima de la
roca más próxima, a menos de un metro de su agresor; la cabeza rubia de
Zenga llegaba al pecho del que la había empujado, todos los demás callaron y se
pusieron en pie para ver mejor lo que sucedía (si la pelea hubiera sido en el
descampado hubieran hecho un círculo alrededor pero en las rocas era imposible).
Ella conocía bien el
código y sabía que la estaban desafiando para ocupar su liderazgo,
pero antes de empezar la pelea ya la había ganado: el agresor tenía
miedo, aunque no cedía ni un milímetro se ponía de perfil a ella, levantando el
hombro (ahí estuvo el error). La piedra de la mano de Zenga salió como un
proyectil con la fuerza de todo su cuerpo. Un rápido movimiento de
piernas, cadera y hombros perfectamente sincronizados hizo chocar la piedra en
la cara del insolente. Si hubiera estado mas cerca no hubiese tenido el espacio
para tirarla, si estuviese mas lejos el pequeño proyectil perdería
fuerza y el insolente alcanzaría a esquivarla o no infringiría el
daño del "primer golpe."Zenga no dejaba nada al azar, lo pensaba
todo, todos los movimientos calculados con antelación desde el momento en que
sintió el empujón por la espalda y antes de caer al suelo ya buscaba la piedra
perfecta.
La frente del retador,
que se encontraba ya en suelo comenzó a hincharse justo donde llegó
la piedra y un hilo de sangre salía por el chichón; Zenga
se abalanzo sobre él echándole tierra en la cara mientras le
gritaba, esto además de humillarlo serviría para cegarlo en caso que se
incorporara y la pelea fuese a puños, así podría ver bien y su contrincante no,
pero este no se levantó. Aunque le daba
algo de lástima, sabía que debía terminar de "rematar" a ese
muchacho, así que cogió una piedra más grande con ambas manos, tenía
consciencia y jamás le pegaría tamaña piedra en la cabeza pero un poco de ira y
descontrol sería una buena señal de advertencia para futuros retadores. El
resto del grupo se interpuso entre ella y su retador:
-”Ya lo jodiste", ya
lo jodiste",
Las peleas así eran
comunes y no eran detenidas por los "adultos responsables" que
dejaban a los niños poner su propio orden y no les prestaban
atención.
Inés ya había terminado
su conversación y no me di cuenta en qué momento se fue; no se despidió
“de quien no vería nunca más” sólo me asomé a la puerta y vi que
cruzaba la reja de alambre entrelazado, quizás contenta de haberse
librado del lastre que significaba tenerme.
La sala donde me
encontraba era una especie de salón de clases, comedor y cocina al
mismo tiempo. Yo estaba allí al fondo donde la señora que habló con Inés,
"Miriam", me había dicho que me sentara. A mis pies
tenía la bolsa de plástico rosado. Afuera el impase ya se había calmado,
el derrotado entró al salón susurrando algo, parecía llanto, entró un
poco cegado de un ojo con tierra y sumamente hinchado, un poco más
alto que yo, delgado y de contextura ágil, se juraba entre sollozos que
mataría a la "gringa", mientras en el lava lozas con agua
se quitaba la tierra de la cara y limpiaba el hilo de sangre que le
escurría. En ese momento, se dio cuenta de mi presencia, se calló de golpe y me
quedó mirando de arriba abajo, con su ojo bueno, levantando un poco más la
cabeza para verme mejor; afuera, sentada en la roca más alta estaba
Zenga, jugando con una vara en la mano la cual abanicaba haciéndola
cortar el aire. Algunos la observaban y le hacían comentarios, otros tiraban
piedras más allá de las rocas donde empezaba el monte. El derrotado salió
rápidamente corriendo del salón y llegó al tiempo que el grupo
comenzaba una burla por su cara hinchada, comentó algo que
detuvo el coro. Mientras hablaba, la cabeza de Zenga se inclinó y miró hacia la
ventana de celosía por donde yo los observaba.
Mi llegada había salvado
al “retador” de la humillación después de la pelea aunque por veces le
mirarían con cara burlesca.
Una pick-up destartalada
y con cabina blanca había llegado. Era la comida que distribuía una
empresa, el grupo se dio cuenta que "hacía hambre". Todos se lanzaron
en carrera hacia el salón donde yo me encontraba. La expectativa del
almuerzo era más por mi presencia que por comer. Se formaron todos junto a la
pared por el lado de afuera, quedando al frente quien los lideraba. Me
miraban a través de la ventana por donde yo los había visto como si de un
escenario de teatro se tratase; entraron dos monjas salidas de una puerta
pequeña, listas para servir el almuerzo a los quince (conmigo 16), que
estaban en esa casa de cuido, nunca hablaban pero seguramente tendrían acento
español. Cuando les dieron autorización de entrar sin importarles que ahí
dentro había personas de “autoridad” todos me rodearon en círculo paralizándome
de pánico. Zenga se acercó clavando sus ojos en los míos, comentó algo que no
pude entender como si se tratase de otro idioma y las caras morenas a su
alrededor soltaron una carcajada llena de dienten blanquísimos, la mayoría
demasiado grandes para el formato de esas caras.
Dando un manotazo en la
puerta de latón entró Miriam. Todos se sentaron y se fueron parando uno a uno a
coger un plato hondo de plástico azul, rayado por el uso, con vetas
marrones de los restos de comida que no puede limpiarse y con su olor
característico. A la larga, ese olor me daría hambre y seria mi propio
condicionamiento animal para comer. Era un pequeño edificio de apenas tres
salas. Una era la sala de clases y almuerzo, otra donde dormía la que gritaba
junto a las monjas y la sala de dormitorio común, techo de asbesto y
paredes de bloques que no tenían revestimiento de friso y estaban, por
supuesto, sin pintar. Tocó mi turno de último, aun cargando la bolsa de
plástico rosada para que no me robaran nada. La que mandaba me ordenó
dejar la bolsa a un lado. Cogí un vaso del mismo material que el plato y en las
mismas condiciones, lo llené de agua del grifo, y un plato hondo en el que
pusieron finalmente sopa. Detrás de donde me encontraba se paró uno de
los más pequeños (al que le habían ordenado servirse después de mí)
se acercó sonriendo y mirando hacia quienes estaban sentados en su mesa,
casi susurrando me pregunta:
- ¿Cómo eh que te
llamah tu, goldo?
- Santiago. Le dije con
voz normal. Al momento Miriam me gritaría diciéndome que en la fila no se habla.
El almuerzo
terminaba en 15 minutos y luego nos mandaban a salir al patio. Terminamos
de comer y ordenadamente vamos dejando los platos de plástico en una gran
perola amarilla del mismo material que los vasos y los platos a la
cual se le había puesto agua y detergente previamente.
Mientras todos corrieron
hacia las rocas nuevamente, me quedé sentado a un lado de una losa de la cual
sobresalían las cabillas de lo que serán las bases de un nuevo módulo, junto
con terminales de electricidad y de agua. Agarrando pequeñas piedras de cemento
mal fraguado y otras más, terminé de pasar la tarde. No hubo más
peleas, solo juegos. Era agosto y por eso no había “clases”. Más tarde en el
dormitorio se vería definitivamente qué lugar ocuparía en jerarquía;
llaman a todos a las 6 pm, hora de bañarse, en "mis cosas"
estaba una pastilla de jabón, una botella grande de champú. Me hicieron
entrar de primero en la habitación, Inés revisó lo que tenía, se lo llevó
y dijo que me bañaría con el mismo jabón de los demás y con el mismo
champú. Mantuve silencio mirando al suelo.
A las 7 pm entran las
monjitas. Con un marcadísimo acento español, hacían que Zenga, quien se
encontraba en la sala, lea la Biblia. Terminada la sesión de
"catecismo" llegó la noche nuevamente y la misma camioneta con la
cena, una vez terminada encendieron un pequeño televisor empotrado
en la parte alta de la sala. Ese día vimos televisión hasta las 9 pm; en ese
momento nos llamaron a todos para qué entráramos al dormitorio, entre empujones
y pequeñas discusiones pasaron por la puerta que se hacía estrecha, ya que
todos querían entrar al mismo tiempo. Me miraban y reían, dientes blancos,
pieles morenas (más claras que la mía) cogí mi bolsa rosada y me metí de
último. Miriam me indicó una cama y junto a ella puse mi bolsa. Todas las
camas eran idénticas, de armazón metálica de esas que se doblan como un
sándwich con un colchón de goma espuma recubierta por una sabana que
estaba cosida al mismo. Una almohada de goma espuma nuevamente con un trozo de
sabana cosida a ella que evita que el material se estire, finalmente una sabana
de distinto estampado sobre ella le da aspecto de comodidad. Acostado en esa
cama con los ojos abiertos mirando hacia la pared, jugando con mis dedos
mientras los demás conversaban en voz alta, se tiraban calzoncillos, se
insultaban y se amenazaban.
Yotni, el mismo
que me habló en la fila me dijo susurrando.
-
¡Chamo…. Esa cama es de gringa!
-
¿Ah?
-
¡Coño, sale de esa cama, que te va a joder! ¡huevón!
-
Pero la señora Miriam me dijo que me pusiera aquí.
Otra voz detrás de
Yotni,:
- ¡Te
va a poné a comé tierra!
-
¿Y dónde me pongo? ¡No hay más camas!
Yotni me respondió
encogiendo los hombros.
Antes de que
empezara a levantarme de la cama entró al cuarto Zenga acompañada de una
de las monjitas (se ponía su ropa de dormir en otro cuarto: short y una
franela) No me atreví a moverme, clavó sus ojos azules en los míos, yo estaba
aún sentado en la cama, algún suspiro se sintió entre los demás, todos con
expectativa morbosa de los “golpes que se llevará el nuevo”.
Detrás entró Miriam:
-
¡Es que aquí nadie se pone a dormir!
Y luego dirigiéndose a
mí.
-
¿Tú?, ¿Es que hay que pedirte por favor que te acuestes?
Imposible dar razones a
quien no podría entender que esa niña tenía dos camas y yo estaba usurpando una
de ellas. Me acosté nuevamente sintiendo como si estuviera acostado sobre brasas.
Ya eran casi las 10 de la noche, entró por última vez Miriam, no dijo
nada. Da un golpe al interruptor que apaga el único bombillo de vidrio
transparente que iluminaba todo el cuarto, al grito de SILENCIO, cerro la
puerta de metal, se escuchó como le ponía un candado por fuera como si fuéramos
prisioneros; silencio absoluto en ese cuarto oscuro mientras todos escuchábamos
los pasos de Miriam alejarse y pensé que quizás se podría aclarar la situación
de mi cama al otro día. Tenía la esperanza que al apagarse la
luz los pensamientos y las personalidades se apagarían junto con ella.
Después de un rato, se
escucha:
-
¿Verga gringa, te vah a dejáh quitáh la cama así?
Se escucha la voz
amiga de Yotni
-
¿Pero dónde va a dormí? ¿En el piso? ¿Con los alacranes?
Risas y otra voz:
-
No. Con las culebras. - Más risas-
Se escucha la voz de
ella más dulce que las demás.
-
¿Es que tengo que pedirte por favor que salgas de mi cama? (imitando la
manera de hablar de Miriam).
Permanezco en silencio
como si no escuchara.
- ¡Te
estoy hablando a ti, no te hagas el huevón!, di algo pué!No me atrevo a decir
nada, se escucha de nuevo la voz de Yotni.
-
¡Verga, se paró la gringa! Prende la luz huevón pa vé cómo lo jode!.
Risas y gritos de:
- "!jódelo,
jódelo!".
Y otros gritos más que
no se podían entender.
Yo estaba de pie con los
brazos encogidos en mí, con los ojos llenos de lágrimas antes de recibir ningún
golpe. En eso alguien prendió la luz y la oscuridad se transformó en imágenes;
los ojos azules de Zenga ardían de odio y rabia. Me miró fijamente mientras una
de sus manos apretaba mi cuello, la otra daba golpes en mi
estómago, sacándome el aire por completo; las sombras de las caras de monos
capuchinos daban vueltas junto con el bombillo. Levanté la cara, no sé
por qué lo hice, la mire, y mis ojos se encontraron con los del mono
blanco que mandaba sobre los demás, algo le sucedió, algo desconectó la rabia y
el odio por el intruso. Dejó de sonreír y con cara extrañada miraba mis ojos
llenos de lágrimas; movimientos rápidos de sus pupilas negras iban de un
ojo a otro. En ese momento me soltó, se dio vuelta y regresó a su cama. Todos
los demás extrañados me seguían viendo con odio, lástima y burla. Todos se
quedaron de pie, como queriendo que Zenga terminara lo que había
comenzado, solo se acostaron cuando ella lo hizo. Silencio, la luz
quedaría prendida toda la noche. De pronto se escuchó la voz de otro de niño.
-
¿Lo vah a dejar así, gringa?
-
¡Cállate, huevón! ¿No ves que es un carajito, que está tó cagao?
Parecía que nadie
había entendido lo que Zenga si, como muchas otras cosas que no
entenderían de ella, por lo que no prestaron atención al asunto.
Al día
siguiente el ruido del candado que abrió desde afuera me despertó, ya habían
unas cuantas cabezas erguidas, no se le da buenos días a
nadie; empezaron los gritos desde temprano. Miriam
entró ordenando levantarse para desayunar, se repite casi la misma acción que
en el día anterior, solo cambia el menú: leche, los días que había leche,
arepa queso y mortadela; empujones en la fila me hacen perder el
equilibrio. El último que me empujó detrás de mi se llevó un golpe en la
barriga por parte de Zenga. Me di cuenta que me protegería y que sería
una difícil tarea para ella, quien no podía demostrar debilidad ni compasión en
ningún momento.
Rápidamente
percibí los beneficios de ser el protegido por "la
gringa", ya que además de eximirme de muchas peleas tendría un lugar
a su lado a la hora de las comidas. Además, se convirtió en mi amiga, por eso
mismo es que yo no hacía distinción llamándola “la gringa” (le decía
simplemente así: Zenga) apodo del cual no se libraría ni con las
monjitas. A su lado no tendría nada que temer por eso no me separaba de ella,
la compasión que sentía por mí era proporcional a los golpes que
recibiría quien se burlara de esa extraña asociación donde ella no obtendría
ningún beneficio.
Fue al termino de un año
cuando me di cuenta que el liderazgo de Zenga ya no era tan efectivo y
cada vez los desafíos eran más frecuentes. Pensé que quizás sería por mi causa
pero la verdad es que estaba creciendo, y el resto también. Se convertiría en
una adolescente menos aventajada en fuerza física, lo contrario pasaría
con los niños y llegaría un momento en que perdería definitivamente
la autoridad. Su debilidad vendría también dentro de ella, ya muchos se
habían dado cuenta, se quedaba mirando demasiado a Miguel, uno de los chicos
mayores; en un principio los que la sorprendían en esa distracción serían
objetivo de sus golpes con alguna mala excusa y no sabrían el por qué.
Se volvió casi una
costumbre ver desaparecer a Zenga detrás del cuarto de las monjitas junto a
Miguel y después de dos minutos verles salir con cara de complicidad. Esa
situación podría haberme dejado en una posición de desventaja, pero yo también
estaba creciendo y escalaba posiciones dentro de la manada.
Fue al regreso de
un paseo en bus a un Museo de Ciudad Bolívar que me di cuenta
que algo había sucedido y yo no me había enterado. Era costumbre que
Zenga se sentara siempre conmigo, ella del lado de la ventana tanto
de ida como de regreso, siempre donde está la rueda trasera para
"poder saltar más alto al paso de los policías acostados”, sin
sentarse en el asiento sino en el respaldo para que le brisa le
refrescara. Pero ese día fue diferente. Cuando llegó yo ya estaba sentado
en mi lugar del pasillo "guardándole" el puesto, se paró al lado, y
me ordenó:
-
¡Arrímate!
Traía dos paqueticos de
chicles en las manos. No sé cómo hacía para tener dinero ni sé cómo los
compró ya que durante la vuelta al museo nos separaban en dos grupos. Lo
que sucedía con un grupo quedaba fuera de la vista del otro.
Y ese día, en vez
de sentarse en el respaldo con las piernas apoyadas en el de adelante, se
sentó, con la cabeza baja, las mejillas enrojecidas por la rabia y los labios
aún más rojos y apretados. Su cara estaba encendida, los
rizos dorados la tapaban de las miradas indiscretas. Los brazos a cada lado del
asiento como si se ella estuviera sosteniéndose. Yo la conocía bien,
mejor incluso que Miguel, sabía que habría problemas.
Temía que su ira fuera
en mi dirección, por lo que me mantuve presente y ausente a su lado pero
sin mirarla y sin hacerle ninguna pregunta. Ya me imaginaba que se trataba de
un nuevo desafío, pero nunca la había visto tan enojada como esa vez (quizás
asustada), no me fue difícil darme cuenta que Miguel era el blanco de su
rabia, algo que yo nunca supe que él habría comentado; todos
evitaban hablar de ella en mi presencia ya que sabían que le contaría, la
rabia de ese día era generalizada por todos. Ya que casi no conseguía
dominarlos. Los cambios físicos en ella ya se estaban evidenciando y
empezaba a perder el control de esa manada, esa intimidad con Miguel había
debilitado de una manera muy traicionera su liderazgo, las burlas estaban
en el asiento justo detrás y venían precisamente de Miguel, no cesaban. Esperó
a que el autobús cogiera carretera, que no hubiera frenazos por semáforos
o curvas que la hicieran perder el equilibrio. Mucho antes había empezado a
meterse chicles en la boca hasta formar una bola en su mejilla, cuando tuvo la
cantidad que quería me entregó los chicles que le sobraron. Me di cuenta
de las lágrimas en su rostro, me avergonzó seguir mirándola y empecé a meter en
mi boca los chicles que ella me había dado.
Miguel se inclinó hacia
adelante desde su asiento y le dijo algo al oído riéndose. Ella aprovechó esa
posición para cogerlo por el cuello con su brazo y con la otra mano sujetarlo
por el cabello de la sien, se bajó más para que Miguel pasara en
voltereta por encima de ella golpeando la espalda contra el piso del pasillo
haciendo estrepitoso ruido de latas. No le dio oportunidad de ponerse de pie
solo tuvo que simular que se le iba a tirar encima para que se protegiera la
cara, la diferencia de tamaños era demasiado evidente, mi protectora era
muchísimo más pequeña; siguió un rodillazo directo al pómulo que si
hubiera ido con un poco más de fuerza, lo habría aturdido. Le saltó encima, en
medio de los gritos del grupo, inmovilizó la cabeza de Miguel con las rodillas
en el estrecho pasillo, bajó rápidamente la cabeza cubriéndole la cara con los
rizos rubios, parecía que le estuviera diciendo un secreto, se hizo
silencio cuando se escuchó el grito ahogado de Miguel pidiendo que se la
quitaran de encima. Solo a la tercera petición ella se apartó dejándolo
libre para pararse.
La mano de Miguel
tapándose la oreja y escurriendo sangre entre los dedos, mirando asustado
su mano que volvía a ponerse en su oreja; Zenga como si fuera un espanto
se levantó de a poco dejando que sus rizos descubrieran su cara
blanca por completo, sonreía sosteniendo un gran pedazo de chicle entre sus
dientes llenos de sangre que escurría por su boca que se veía aún más
escandalosa en su piel blanca. Le sonrió a Miguel convenciéndolo que se
trataba de un gran trozo de su mordida oreja, de igual manera lo hizo con
el resto de los presentes y también conmigo que ayudé afirmando que le había arrancado
un trozo de oreja. La imagen dantesca hizo que la manada entera entrara en
pánico, no dudó dos veces para abalanzarse sobre la ventana que
tenía más cercana y escupir el chicle ensangrentado. Miguel no dejaba de
agarrarse aterrorizado mirando hacia afuera, gimiendo por su "oreja
perdida", era jocoso ver a algunos abrazarse entre ellos
mismos más aterrorizados que Miguel como si hubieran visto al mismo
mandinga delante de ellos. Miriam llegó a la escena gritando, cogiendo a
Zenga por el brazo, la sentó delante, hizo que parara el bus para revisar
si Miguel tenía su oreja entera ya que lloraba y gritaba con desesperación
diciendo que le habían arrancado su oreja, después de un largo rato de llanto y
gritos Miriam lo convenció que no había que bajarse del bus, que su oreja
estaba en su lugar, solo que tenía un mordisco que “casi” le arrancó un
pedazo”, con uno o dos puntos estaría curada. La gran mayoría de esos
insolentes quedaron eternamente convencidos de que Zenga de un mordisco arrancó
una oreja y la escupió por la ventana del bus. Y nadie quitaría esa idea de sus
cabezas. Por un buen tiempo todos se acordarían más de la oreja y de la
sangre y se burlarían de los gritos de Miguel que de aquel incidente del cual
yo no me enteré; Zenga aseguraría así por un tiempo más el liderazgo.
Aunque sabía bien que no
duraría para siempre su credibilidad era cuestionada incluso por ella misma,
debía suceder algo más. Todos estábamos creciendo y a medida que
entraban niños yo subía un escalón en la jerarquía y otros que nunca pudieron
ser líderes fueron transferidos, mi voz se escuchaba cada vez más,
había peleado con varios sin la ayuda de mi protectora. Al
cabo de unos 6 meses ya casi nadie recordaba el incidente del bus,
algunos de los que comentaban el incidente ni siquiera habían ingresado al
centro, de esos "nuevos" algunos eran mayores que
yo pero en forma tacita me sabían superior en jerarquía.
Su liderazgo finalmente
acabó aquel día cuando un flamante Malibú rojo se paró frente a la reja de
entrada, se bajó un señor delgado muy alto de bigotes, de cabellos rubios
y encaracolados. Llevaba una mochila rosada en la mano, lo vimos llegar y
todos levantamos la cabeza. Zenga lo vio entrar y salió corriendo a buscarlo
gritando:
¡Papá, papá!
Me entró una sensación
extraña en el estómago, como si hubiera sido mi papá quien entrara por esa
reja. Zenga se abalanzó encima de él y se guindó a su cuello llorando,
sabía que todos comentaban a mis espaldas pero no podía dejar de ver con la
boca abierta lo que estaba sucediendo, desde las rocas vimos cómo Miriam saludo
a ese extraño, cogió la mochila se la pasó a una de las monjitas que se llevó a
Zenga de la mano mientras le conversaba.
-
Verga, Santiago, "la gringa " tiene papá.
Solo dije:
- "!!!!No joda se
van a llevar a la Zenga!!!!"
Ninguno fue a ver qué
pasaba, pensé que a Zenga la bañaban, la peinaban y la
vestían con ropa nueva. Comprobé que era así cuando me asomé por la ventana del
salón, la vi abrazar con fuerza a Miriam, jamás supe que fueran tan
allegadas, de igual manera a las monjitas, se veía realmente linda sin tanta
tierra pegada en la cara, se veía suave y dulce, jamás pensé verla así.
Su papá le puso una
cachucha roja en la cabeza virada al contrario, esperé junto a la puerta
a que salieran para despedirme, estoy seguro que lo hubiera hecho si Miriam no
le hubiera hablado en el momento justo que salía, ya que eso la hizo voltear al
lado contrario de donde yo me encontraba.
La vi caminar muy rápido
de la mano de su papá hasta ese flamante Malibú que era tan rojo como su gorra.
Emocionada se subió al asiento del copiloto; el Malibú arrancó y
volteando en la primera esquina desapareció.
La manada miraba de pie
por encima de las rocas. Para muchos sería un alivio que "la
gringa" se fuera para siempre, no pude evitar sentirme un poco desolado.
Sabía que yo no tenía quien me buscara al igual que muchos de esos niños.
Después de tres años
vendría mi primera transferencia, para esa altura ya había sido por algún
tiempo el líder indiscutible de la manada aunque con la gran ventaja que no
tendría que enfrentar tantos desafíos como Zenga. Mi tamaño intimidante
me daría esa ventaja; vendrían otros centros, otros grupos donde
escalar posiciones. En los últimos centros no tendría la necesidad de hacer nada
para ganar automáticamente el liderazgo. Sabía de alguna manera que mi tiempo
en esos centros se acabaría antes de mis 13 años.
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