CAPITULO I
Entraste ese día, con el estuche verde militar de la
guitarra de cuero rígido muy viejo y gastado, solo tuve que
verlo para saber que era el que me había regalado el viejo; si hubiera cogido
un poco de humedad, ya se hubiera hinchado. Ahora me alegro que lo tuvieras,
me alivió saber que lo mantuvieras en buenas condiciones.
Vestido floreado, zapatos de lona blanca sin medias, un sombrero
con una flor de tela arrugada en la frente. Comenzaste a dar vueltas por la
tienda sin decir buenos días. El estuche era grande y tropezabas con el resto
de las cosas. Me afinqué en el mostrador igual como lo hacía el viejo,
haciendo como si leyera una partitura pero sin dejar de estar pendiente del
cliente, como si no me importara que estuvieras ahí. El mismo recorrido de
todos los clientes, palpando cada cosa, como si quisieras saber cómo sacarle el
sonido a cada una - "otra tonta" - pensé. Por fin
llegaste frente al mostrador antiguo de madera, ya curtida de la grasa natural
de las manos del viejo, que por años se apoyaron en ella; estos muebles tienen
su forma, la forma de su cuerpo y de sus manos, no las mías. La madera se
encargaba constantemente de recodarme que no era él quien estaba ahí.
- ¡Hola! (no podía ser, buenos días), ¿Tienes la quinta?
- ¿De qué marca? (Respondí)
- Da igual, con tal que sea la quinta cuerda.
- La quinta cuerda de algunas marcas suena a la cuarta de otra.
Necesito saber de qué marca la quieres.
Era esa mi forma de llamar ignorante a todos (realmente
nunca lo supe), lo decía porque oí tantas veces al viejo decir lo mismo; él lo
hacia con una sonrisa en la cara y mirando de frente. Yo te lo dije sin apartar
la mirada del estuche con cara seria y ojos de dormido.
(¡Que se notara que estaba enojado!).
(¡Que se notara que estaba enojado!).
Te frotaste la nariz con la palma de la mano abierta entera (en
ese momento me pareció que te diste cuenta que te llamaba ignorante, y
pensé que era una forma particular de tu cuerpo de decir que tienes mucha
prisa).
-Dame una quinta - con voz dulce y calmada- (aunque era una
orden)
-¿De qué marca? - recargando la pregunta. (A mi ninguna
ignorante me dará órdenes, pensé)
-De esa que esta ahí- apuntando con el dedo, resolviendo la
incómoda situación adoptando una postura infantil.
Cogí del exhibidor metálico que da vueltas, la primera que vi.
La tire sobre el mostrador frente a mí y apoyé las manos a los lados mirándote.
Tú me mirabas con ojos grandes y hacia arriba.
-¿Me la pones?
- Necesito la guitarra.
No iría yo además a dar la vuelta al mostrador para levantar el
pesado estuche verde, que fue mío. Con las dos manos en la asa de plástico
negro, empinando los pies, inclinándote hacia atrás, haciendo un
quejido la pusiste sobre el mostrador cayo con fuerza.
- ! Con cuidado, que me rompes el vidrio, mujer!
Me miraste otra vez.
Empecé abrir las trabillas de metal, acaricié una vez más
la superficie un poco ahondada por el trajín y los años, como saludando a un
viejo amigo, no me di cuenta que me mirabas como esperando que sucediera algo.
Lo empecé a abrir inclinando la cabeza hacia el frente levantando la
tapa poco a poco, y vi nuevamente el fieltro anaranjado con ese olor añejo
que podía salir sólo de ese estuche, hubiera sido mucho pedir que ahí estuviera
la guitarra del viejo, con el ají dentro, que le daba ese olor más
fuerte todavía aún; me dijo un día "es para que suene más
sabroso", a veces yo no entendía esos chistes del viejo que iban en dos
direcciones.
Cojo la cajita de cartón donde el viejo guardaba las pinzas mas
otras cosas y empiezo a sacar los restos de quinta que quedaba, esa no se
parte, se nota que la jalaron solo por romperla, quizás el puente estaba
rajado, "esta tonta no tiene pinta de haber venido" -pensé-,
seguramente un novio, su marido o un hermano.
Acomodé la cuerda en su sitio, (si suena a madera partiéndose es
que el puente estará roto), no me importó. Pero no sonó, cosa rara, el resto de
las cuerdas estaban afinadas. Yo no sabía tocar pero solo con tres meses viendo
al viejo hacerlo, aprendí a afinar.
-¡Aquí tiene!
-Gracias
La cogiste por el mástil, diste tres pasos atrás buscando donde
apoyar el pie, lo levantaste y lo pusiste en el banquillo, como si hubieras
medido el espacio para no tropezar.
La apoyaste sobre tu rodilla, cerraste tus grandes ojos negros un poco achinados, acomodaste tu cabello detrás de tu oreja izquierda, en gesto de coquetería ya que sabías que te observaba. Pusiste las manos sobre el traste haciendo una postura, y apoyaste el pulgar sobre la nueva cuerda instalada, moviste la clavija y después lo apoyaste un poco más, sin soltar la cuerda para que no haga sonido, repites la operación, cierras lo ojos, acomodas tu cabello detrás de la oreja haces la postura, apoyas el pulgar y: ¡No tocas! Como sintiendo una nota que sólo tu podías escuchar. Contuve la respiración por tres segundos esperando escuchar la nota, tú aún con la cabeza inclinada abriste los ojos encontrando los míos, y me sonreíste, en ese momento no pude evitar ponerme nervioso. Te acercaste muy despacio, dando tres pasos hasta el mostrador, aún mirando y sonriéndome, a un tipo de mi tamaño y con la cara de pocos amigos (que normalmente tengo), nadie le mantiene la mirada. Ya no parecías la niña tímida que me pedía la quinta, definitivamente sabías algo que yo no, y te cogías de eso para hacerme sentir como un crío asustado, bajaste la mirada sonriendo con malicia. La boca abierta y la lengua torcida entre los dientes. Aún más confundido me incliné hacia adelante, me incomodaba tanta soberbia, nadie que me ve por primera vez, es soberbio conmigo, impongo respeto y obediencia, soy demasiado grande para que alguien se acerque y haga lo que hiciste en ese momento.
La apoyaste sobre tu rodilla, cerraste tus grandes ojos negros un poco achinados, acomodaste tu cabello detrás de tu oreja izquierda, en gesto de coquetería ya que sabías que te observaba. Pusiste las manos sobre el traste haciendo una postura, y apoyaste el pulgar sobre la nueva cuerda instalada, moviste la clavija y después lo apoyaste un poco más, sin soltar la cuerda para que no haga sonido, repites la operación, cierras lo ojos, acomodas tu cabello detrás de la oreja haces la postura, apoyas el pulgar y: ¡No tocas! Como sintiendo una nota que sólo tu podías escuchar. Contuve la respiración por tres segundos esperando escuchar la nota, tú aún con la cabeza inclinada abriste los ojos encontrando los míos, y me sonreíste, en ese momento no pude evitar ponerme nervioso. Te acercaste muy despacio, dando tres pasos hasta el mostrador, aún mirando y sonriéndome, a un tipo de mi tamaño y con la cara de pocos amigos (que normalmente tengo), nadie le mantiene la mirada. Ya no parecías la niña tímida que me pedía la quinta, definitivamente sabías algo que yo no, y te cogías de eso para hacerme sentir como un crío asustado, bajaste la mirada sonriendo con malicia. La boca abierta y la lengua torcida entre los dientes. Aún más confundido me incliné hacia adelante, me incomodaba tanta soberbia, nadie que me ve por primera vez, es soberbio conmigo, impongo respeto y obediencia, soy demasiado grande para que alguien se acerque y haga lo que hiciste en ese momento.
Pusiste la guitarra en el estuche: hizo lo mismo que hacia la del
viejo que entraba justo en el formando un colchón de aire debajo de ella, y
dejándolo escapar entre los poros del fieltro un aire cargado con el olor
del estuche, olor a madera curtida, cuero, fieltro viejo y ají añejo.
Es un buen estuche ¿verdad? - aún sonriendo.
Nervioso - Sí, los que se hacían antes siempre eran buenos-
recalcando el cliché irónicamente.
Aclaré mi garganta y dije con voz más profunda y grave para
borrarte esa cara de "quien lo sabe todo"
- ¡Son veinticinco bolívares! Veinte por la cuerda y cinco más
por ponerla - dije cerrando, definitivamente, el estuche.
Ahora no tengo dinero, ¿Puedo dejártela? Después la busco,
cuando pueda.
-Me parece muy bien. Dije cogiendo el estuche rápidamente y
poniéndolo en el pasillo que da al pequeño almacén. Me miraste a los ojos una
vez más, con más coquetería y una expresión de satisfacción y poniendo en tu
cara una sonrisa completa, luego de eso yo me puse lo más serio e
intimidante que podía bajando mi mirada, no al suelo, a la partitura que
estaba ahí en un principio. Daba a entender que tenía cosas más importantes que
atender.
- ¿Lees música? (Aún coqueta y sonriendo)
Levanto la cara mirándote, inclinando mi cabeza hacia abajo y
subiendo mis ojos, tratando de ser lo más antipático posible
- ¿Deseas algo más?
- Es que lees la partitura al revés. (Pequeñas risas)
En ese momento sentí la sangre subir por mi rostro y llegar
ponerme del mismo color que un tomate, me incorporé nuevamente para hacerte ver
que estabas sacando de sus casillas a una persona que es grande e intimidante
pero te diste media vuelta y para mi alivio te dirigiste hacia la puerta pero
no saliste, comenzaste a dar vueltas entre los instrumentos nuevamente."
- ¿Cuánto cuesta la viola?
- Dos mil ochocientos
- ¿Y el violín?
Antes de poder responder tu mirada se fijó en el saxofón.
-¡Me encanta el saxofón!
- Ummm (ya con ganas de que salieras de una buena vez).
Yo estaba volteado, revisando unos libros que están detrás del
mostrador. No me interesaba tener nada que ver con gente que viviera cerca de
la tienda. Un alivio grande me entró cuando oí la campanilla que golpea la
puerta al abrir, antes de salir me dijiste seria:
- El estuche se lo vi a un guitarrista que toca en una tasca de
la Avenida Loefling y, después de insistir, me lo vendió, estaba igual como lo
vez. La guitarra la encontré en los contenedores que están aquí al frente,
estaba totalmente destrozada y la mandé a arreglar en Caracas, sé que no quedó
igual, ya que la tuvieron que sustituir completa, nada más quedó de la
original, las clavijas, el puente y el pedazo de cuerda que le cambiaste, todas
las demás piezas estaban rotas y no se podían reutilizar, si la dejas en
el estuche a lo mejor se convierte de nuevo en la guitarra que era del
"Profe" (Así le decían al viejo los niños del barrio) Él me dijo un
día que si le ponías un ají picante dentro sonaba más sabroso, a lo mejor este
sirve.
Antes de salir pusiste un ají fresco y nuevo, en el
asiento de la batería y me miraste de lado, con los ojos más chinos y llenos de
malicia. Antes que pudiera cerrar la boca diste media vuelta y caminaste
deprisa en dirección a la panadería, pasando delante de la vitrina de la
tienda. No me dio tiempo de seguirte, aunque si hubiera corrido tampoco te
hubiera alcanzado. Me quedé ahí de pie, sin saber si coger la guitarra con su
estuche: sentía que no la merecía.
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