2 abr 2011

" AGUAITACAMINOS/CHOTACABRAS" (cap. 2)




CAPITULO II


Lorenzo, no era muy alto, tenía los hombros anchos, caminaba con los pies abiertos como si indicaran la 1:50 minutos en un reloj de manillas, vestía sumamente mal, la ropa vieja que usaba tenía un aire sucio, aunque estuviera recién lavada, culón, casi siempre  con un pantalón gris pinzado,  (como sobrante de un flux), camisa a cuadros roja, de manga corta, que  la alternaba con una camisa color marrón o una de rayas azules que usaba (para cuando  “quería estar más elegante”), suspensores de liga negra,  que le subían los pantalones más de lo que debería, haciendo que su culo se viera  aún mas grande, y dejaban ver unas  horribles medias arrombadas, (seguramente agujereadas en los dedos), mocasines negros cuyo   gaste  marcaba en el cuero los cayos de sus dedos, un sobretodo negro  que usaba en los días de invierno, una boina negra que peinaba una abundante pelambrera gris, bigotes grandes amarillentos  escondían sus  labios.      Caminaba siempre empinando el pie izquierdo cuando se apoyaba en el suelo, cuando era más rápido, era como si diera un pequeño salto en cada paso de pie izquierdo, salto que se acentuaba más, como si fuera un metrónomo calibrado para dar una cadencia más rápida, imposible no dejar de ver a  ese particular personaje  cuando caminaba más deprisa hacia la escuela de música de Antofagasta, detrás de él se escuchaban risas burlonas de la gente en calle. En su juventud,  inventó un accidente de moto para evitar las burlas de sus compañeros del liceo y justificar así su particular manera de caminar, pero siempre fue solo eso, una ridícula e injustificada manera  de caminar que no podía corregir.

3:30 p.m. : 7 niños, 3 niñas;   todos se vestían casi tan mal como él, sentado detrás del  escritorio  de madera  ya curtida, seguramente un donativo de alguna escuela o universidad; sobre una silla de madera igualmente curtida que en verano se podía ver que era  color marrón oscura,  y no negra como se veía en invierno;  esos muebles no venían de una casa de un particular, venían  de otra institución de educación, tenían el “olor a educación”, a academia, un olor mezclado de lascas de lápiz, pan con queso, membrillo  y tabaco.  Detrás de él una pizarra negra con pentagramas que no se borraban, pedazos de tiza y borradores, el metrónomo de madera calibrado ya se movía, hacia la derecha e izquierda, delante de él estaban diez caras  ya conocidas,  que silenciaron   sus conversaciones cuando el profesor Lorenzo entró.

-  ! Vamos a continuar ¡¿Dónde nos habíamos quedado?           

Los niños buscan sus cuadernos con pentagramas que tenían debajo de sus mesas de trabajo, y de  uno en uno, se paran y  toman  un lápiz de grafito  de un frasco de vidrio  que había en el escritorio del profesor Lorenzo, en una sincronía ensayada muchas veces  y perfeccionada por la rutina de  haberlo hecho durante  tres meses, cinco veces por semana.

- Huenchucheo! (Risas y burlas que ya no eran corregidas, por la costumbre de los compañeros, el profesor y el propio Ricardo Huenchucheo).

-  Párese y escríbame una llave de sol, una de fa y  una redonda en la pizarra.

Ricardo Huenchucheo se para y empieza, poco a poco, a escribir en el pentagrama, lo que le mandó el profesor.

La clase es interrumpida por el ex -director  de la pequeña escuela, Rafael.

- ¡¡¡ Compermisooo!!!

Los alumnos se ponen de pie, Ricardo deja de escribir en la pizarra, y posa el trozo de tiza que tenía en la mano en la tabla llena de polvo blanco, que estaba en la parte inferior de la pizarra.

- Pase adelante,  director. (Rafael Ramos había sido director de esa escuela y aunque ya habían cesado sus funciones como director hace un año, aun tenía cierta autonomía dentro de ella)

- Quería conversar un ratito con usté, profesor.

- Le dijo con una sonrisa  en la cara y un aire ceremonial, que solo usaban cuando habían alumnos presentes.

- Escriban lo que ponga Ricardo en sus cuadernos. ¡No quiero conversaciones!  (Dijo, dirigiéndose al resto de la clase).

Desde dentro de la sala, a través de la ventana de vidrio corrugado, se ve que una figura se abalanza sobre la otra.

-  ¿Qué te pasa, hueón?- apartando a  Rafael.

-  ¡Te la dieron, hueón!

-  ¿¡Qué cosa, hueón!?

- ¡¡La Beca puh, hueón!!

Lorenzo Tapia sintió la necesidad de comenzar a celebrar inmediatamente, con aquella sensación de algo que le obliga a saltar y a caminar de prisa,  con unas ganas infinitas de agarrar su maletín lleno de partituras y salir de una vez dando su  “tranquillo” acelerado de saltitos hasta llegar a la pensión donde alquilaba  una pieza de matrimonio junto a Cristina, su esposa quien consiguió a su Lorenzo haciendo equilibrio en los hilos de su timidez.

¡Voy a dar el resto de la hora por voh! Te vai a la pensión, y te arreglai, que hoy día en la noche celebramos con  vino que tengo en la casa.

-  ¡¡ Gracias, hueón!!  ¡¡putas toó lo que habís hecho por mí!!
- ¡Olvídate deso , hueón, anda que la Cristina, se va a poner harto contenta.

Lorenzo parecía un juguete de cuerda, dando sus apurados saltitos hacia la pensión, recordó cómo había llegado hasta ahí, en parte gracias a su amigo  y mentor  Rafael Ramos.

Rafael Ramos Vivar había fundado  la  “Escuela de Música de Antofagasta” en 1960 con la misión de socializar la música, destinada a niños de bajos recursos, para lograr sacar el potencial musical que veía en algunos de ellos, ya que decía que era bueno que tuvieran otra alternativa a ser domesticas, albañiles o mineros. Con un aporte mínimo de la municipalidad de Antofagasta fundó la escuela, cuyo fruto posterior sirvió para que, dos años después, se creara la Orquesta Sinfónica,  contratando a algunos músicos que serían ejecutantes y profesores al mismo tiempo. Siendo director de su escuela, había visto llegar hace un año a Lorenzo Tapia, que provenía de Penco, Concepción.
Lorenzo aprendió a tocar la guitarra con su abuelo Augusto, que era huaso y minero de las  minas de carbón, desde sus 14 años tocaba guitarra los “18 de septiembre”, en fondas y ramadas. El mismo año que había hecho su “debut” en una ramada,  comenzó a  trabajar en las minas de carbón, era un estudiante sumamente desaventajado en el liceo, había reprobado 3er, 6to año y 2do medio, saliendo del colegio a la edad de 21 años. Aunque destacaba por su inteligencia, sus notas no reflejaban la brillantez de su  razonamiento, que sólo era reconocido por pocos profesores. Ya había oído decir que los profesores que no estaban preparados para tener alumnos inteligentes, nunca había logrado comprender lo que significaba eso, hasta que le tocó a él mismo ser profesor. Además de aprender a tocar guitarra de forma autodidacta, con pocas instrucciones de su abuelo Augusto, Lorenzo había aprendido de la misma manera a tocar flauta dulce, sólo con escuchar dos veces una canción ya la podría interpretar.

Aunque le gustaba tocar “cumbia chilena”, le llamó la atención haber escuchado las Cuatro Estaciones de Vivaldi, ejecutada  por unos músicos en la plaza de Penco, cuando pasaba con su abuelo por allí.

- ¿Cómo se llama esa, viejo? (nunca le dijo abuelito, ni abuelo ni papá)

- ¡Qué voya saber yo diso, mhijo!

-  ¿Quedemonoh uhn ratito?

- ¡Ya puh, mhiijiito, que pasamos el día entero en el hoyo!  Ya toy cansao, nomah quiero mi plato é porotoh y ver la tele.

-  Adelántate voh, viejo. Yo tialcanso despuéh.

Se escuchó la voz de Augusto apagándose mientras caminaba y seguía hablando como si Lorenzo aun siguiera a su lado.

-  Putah el hueón raro, que soy voh, hueón!

Los instrumentos brillaban en la plaza como si los cornos y las flautas  dulces fueran de oro, resaltaban  aun más las maderas de las violas y los  violines, pero su mirada se detuvo en el oboe,  lo ejecutaba Celso, después lo conocería; fue a él a quien se acercó destemidamente, una vez concluida la ejecución, para comenzar a preguntarle sobre qué estaban tocando, cómo se llamaba ese instrumento. Aunque Celso era  de personalidad muy retraída, le parecía muy  simpático ese hombre que de repente se interesaba tanto.
La mayoría de las personas que asistían solían escuchar un rato e irse y algunos otros se quedaban hasta el final de la ejecución  para que nadie pensara que eran ignorantes  y claro, estaba  Lorenzo que desde aquel primer día de la ejecución en la plaza de Penco se hacía  de tiempo para ir a escuchar todas las noches de los domingos de ese verano, a su orquesta; no sabía qué tocaban, no conocía  “las canciones",  pero siempre después de cada ejecución se acercaba a Celso a preguntar cuál  era esa y de qué músico era, cómo se llamaba; ¿dónde vivió?; ¿se murió?, Celso explicaba  con paciencia y siempre terminaban hablando un rato, esos ratos se fueron haciendo más largos cada vez y cada domingo un nuevo ejecutante le era presentado a Lorenzo, los saludaba como si fueran eminencias aunque, poco a poco. fue ganando confianza con  ellos. Al principio parecía molestar un poco, pero el evento estaba teniendo el efecto deseado, por lo menos en una de las personas que se quedaban a ver, ya  demostraba verdadero interés y pasión, pronto habrían de saber que  Lorenzo no sólo se interesaba en la música  como un mero espectador.
Un domingo  de  ese verano, llegó a su casa donde su abuelo y su madre estaban sentados en el comedor viendo la pequeña TV en blanco y negro.

- ¿Ya llegastis?- ¡Cadavez te de morai más!

- Sí, me quede un rato nomah!

- Ahí tenis garbanzoh a ver cuando empezai a llegar antes pa que no comai frío, no podemos estar gastando gas porque voh llegai tarde.

- Ya sí, como así no mah

La mirada del abuelo y de su madre se volvió a fijar en el pequeño televisor,  Lorenzo acostumbraba a hablar despacio cuando tenía una novedad, pero en esa casa se sabía con antelación cuándo iba a comenzar alguna discusión y se tensaban las emociones como si lo presintieran.

- No me voy a meter mah en el hoyo - Dijo muy despacio, esperando que el ruido del televisor apagara su sentencia.

El  abuelo y su madre se quedaron mirándolo en silencio, el dejó de masticar y  con la comida en boca aún escuchó a su madre decirle:

- ¿Te volvistei loco? Al mismo tiempo que su abuelo decía: "este es hueón".

- Pero si eso no es pa´ mi, mamá-

Iba a comenzar a argumentar una idea que  había estado estructurando hace semanas, cuando el abuelo le  increpó:

- ¿Y de dónde vamos a sacar la plata pà mantener la casa? Aquí hay que pagar  arriendo, m´hijito. !Luz y agua y la comía!

Necesitaría más tiempo para pedir permiso a su abuelo y a su madre  y así dejar la mina y empezar a dedicarse a   ser músico  en la orquesta de la universidad. 

Lorenzo entró a la pensión, jadeando por el esfuerzo de caminar tan rápido. Dejó su maletín lleno de papeles en el living y pasó directamente a su pieza, buscando a Cristina, presionando fuerte el pedazo de papel que le confirmaba su beca en Santiago. Entró sin golpear la puerta al tiempo que llamó a su esposa, casi gritando. Vio la cama sin hacer, sabanas removidas, antes de salir a buscarla al patio central donde seguramente estaría hablando con Doña Marta. Se encontró a la misma señora en la puerta de su pieza.

-¡M´hijto, la tuvimos que llevar a la posta! Es que la choa Cristina empezó punerse nerviosa y comenzua llorar.

Giró la cabeza con violencia y se acercó a escarbar con las manos las sabanas sobre la cama deshecha, estaban manchadas de sangre. No tuvo que adivinar que se trataba de una nueva pérdida de Cristina, que había cumplido cabalmente el reposo recomendado por el médico.

-  Estaba de lo más llorona (continuó Marta), ¡pucha, m´hijito, qué triste!

Se le acalambró la mano, con la que aún aprisionaba el pedazo de papel. Quería soltarlo pero no podía, tenía miedo de llegar a la posta y que le confirmaran lo que ya suponía. Sabía que Cristina deseaba  a ese bebé. Hizo un esfuerzo con su derecha temblando "desengarrotó" la izquierda y le dijo a doña Marta:

- Téngame este papel un ratito, ña´ Marta. Voy a ver cómo está la Cristina - Le pasó la carta con alguna dificultad y salió deprisa hacia el puesto médico.

Mientras caminaba rápidamente  hacia la posta, Lorenzo pensaba y  hablaba, como era costumbre, consigo mismo desdoblándose y por veces hasta increpándose.

- Tenis que pensar que antes de hablar con la Cristi, vai a hablar con el doctor!   

- No vai voh, Lorenzo Tapia, a desistir de esta ilusión de la Cristina. Tenis que cumplirle la promesa de hacerle familia.


Lo caracterizaba la persistencia y el hecho de ser destemido para los cambios. También tenía esa costumbre de hablar con él mismo,  (muchas veces a viva voz en plena calle). Continuaba así hablándose,  dándose ánimos, para poder dárselos a Cristina.

- i tos pensaban  que solo serviai pa trabajar en las minas, no mah. Pero ya viste donde habis llegao.!

- Persistencia, Lorenzo, persistencia!  

Doña Marta se quedó para arreglarles la pieza, cambiarles las sabanas y sacudir un poco.
Al terminar sacó del delantal la carta arrugada que le había confiado Lorenzo  pero, como estaba abierta, indiscretamente comenzó a leer, venía en papel sellado de la Universidad de Chile, que decía, después de cabecera:

"Tengo el agrado de comunicarle que su solicitud de beca ha sido aprobada, por favor  preséntese con esta misiva en las oficinas del rectorado el día 11 de septiembre del presente año, con finalidad de dar inicio..."


No hay comentarios:

Publicar un comentario