18 mar 2012

Artilugios Cotidianos: Buscando a Sybil

Artilugios Cotidianos: Buscando a Sybil: Hoy cumplo años. Ya son 43. Fue lo primero que me dije al despertar, a las 4:47 am. Me quedé un rato con mis pensamientos hasta que una vo...

10 dic 2011

Aguaitacaminos/Chotacabras (Cap. 8)

Capítulo VIII 

Dicen que los funerales traen paz a los dolientes, a mi no me sucedió así, paz era lo más lejano que podía sentir en mi corazón, mi resentimiento y odio se alimentó con cada día, todo el que me era conocido era merecedor de mi odio en la calle, ya que de alguna forma estaban relacionados con el saqueo de la tienda de música. 

El Viejo Lorenzo lleno un espacio que jamás había existido para mi , y la vieja Cristina también hizo lo mismo, no sabía que era el amor fraterno hasta que ellos me lo dieron, lamentablemente el amor y la tristeza están sumamente vinculados, si uno no tiene ese amor por nadie, jamás sentirá le tristeza de su partida, si no los hubiera amado, quizás nunca me hubieran dado todo lo que me dieron, de no ser por ellos hubiera sido un recoge-latas anónimo, quizás viviría en el mercado, seguramente oliendo pega. Mercantilizo demasiado mis emociones y sentimientos, si no los hubiera amado no tendría educación. Al funeral del viejo asistieron muchísimas personas, a la mayoría de ellos no los conocía, me daba rabia adivinar que alguno de ellos fueron alumnos de él y posiblemente hasta algunos de los que fueron a saquear la tienda. 

Que diferente fue el funeral de mi viejo Lorenzo al de Cristina, hubo un momento en que me quede solo en casa con el cajón ya que Ivonne había ido a buscarme algo para comer en su casa y a la vecina le había sonado el teléfono, primero regreso la vecina, se acerco al ataúd y me dijo: 

- Ay m´ijo si yo pudiera hacer algo más por usté. 

La vecina me miro como pidiendo disculpas. 

- Recemos un ratico, ¿sí? , anda que seguro a ella le va a gustar que recemos por su alma. 

Me pregunte muchas veces que obtuvieron los viejos de esto. Lorenzo puso tanto amor a la venta de instrumentos impartiendo clases, que murió por la tristeza de ver a sus vecinos saquearle la tienda. Cristina murió dos años después, rendida por la tristeza de haber perdido a Lorenzo. Sé que me amaron, pero ellos no sacaron nada de ese amor, al viejo ni siquiera pude tocarlo antes de que muriera ya que en terapias intensivas solo dejan entrar a familiares, quizás el pretendía que una vez yo acabase la carrera, los pudiera ayudar a jubilarse a él y a la vieja. 

Después del funeral del viejo la tía Cristina se encargo de llamar a los proveedores que accedieron a hacer una extensión en los créditos, la tienda siguió abierta aunque ella y yo sabíamos que quien le traía vida a esa tienda era el viejo, nosotros solamente le ayudábamos, ni ella tenía suficiente conocimiento de música, ni yo tenía esa dedicación desinteresada que solo el viejo tenia para enseñar, el daba clases gratis de música sin ningún compromiso a cualquier niño que quisiera ir, sin inscripción ni mensualidad, solo daba clases de música después de un tiempo veía para que instrumento podría servir ese niño y continuaba con las clases en ese instrumento, la mayoría entraba en clases de cuatro, pero si encontraba a alguno “mas especial”, lo introducía en flauta traversa, violín o guitarra. El jamás se tomaba a la ligera esa labor, si ese niño o niña demostraba realmente que tenía algún talento especial para ese instrumento, dejaba que se lo llevara a casa y después de eso hablaba con los padres para vendérselo en partes, para que la familia también participara, que se dieran cuenta que no era un capricho, sino que lo necesitaba, invertía mucho tiempo y esfuerzo en la venta de un solo instrumento. 

Claro que había casos como el mío en los que ningún instrumento servía, pero tuve la suerte que ellos quisieran dedicar a mí el esfuerzo de hacer un hijo. Una vez finalizado el bachillerato tanto el viejo como yo teníamos claro que Comunicación Social seria la carrera a la cual debería optar, habíamos hecho un análisis profundo de que es lo que estudiaría, pasando incluso posibilidad de estudiar Pedagogía o quizás Administración de Empresas, pero tanto la suerte como el empeño que ambos pusimos incluso en la prueba de aptitud académica nos hizo elegir Comunicación Social, habían sido varias las veces que juntos fuimos a Caracas a hablar con algunos proveedores para la tienda, y aprovechábamos esas idas a Caracas para entrar en la universidad y conocerla mejor, se puede decir que ya me conocía bien la Universidad Central antes de ingresar. 

Cristina y yo pensábamos en un principio que la gente seguiría comprando instrumentos como si compraran pan , pero sin nadie que ofreciera clases de música gratis, los clientes disminuyeron drásticamente, me tuve que hacer cargo de la tienda ya que la vieja dormía demasiado y adelgazaba rápidamente, llegaba a buscarme para almorzar al mostrador donde me pasaba horas apoyado. 

Un día me dijo que después del saqueo una “cabrita tonta” (niña tonta) que había sido alumna estaba sacando del contenedor de basura la guitarra que el viejo me había regalado, las partes rotas de la guitarra estaban colgadas de las cuerdas y la niña esa la sacaba como si tuviera el cuidado de no romper mas las destrozadas partes, cuando me conto eso la vieja se quedo viendo hacia la calle como si fuera una película y me hablaba sin mirarme. 

- ¿Sabis? Esa guitarra que el Lorenzo te regalo, a él se la regalo su abuelito. 

- Claro, se la regalo después de estar harto tiempo enoja´o con él, porque había deja´o de trabajar en la mina y Lorenzo no mas quería estudiar música en la universidá y el abuelo de él no quería, me acuerdo que estaba harto contento cuando se la dio, me la fue a mostrar!, la tenia adentro del mismo estuche que tenía cuando te la dio a ti. 

La vieja se volteo a mirarme y me dijo con los ojos llenos de lagrimas..:

- Ni el estuche dejaron esos sinvergüenzas! 

Había pasado más o menos un año de esa conversación cuando Ivonne entro por primera vez en la tienda tropezando con todo y regresándome la guitarra, de ser una niña mas del lugar paso a tener identidad, era imposible no enamorarse de una persona que hace algo tan desinteresado, jamás le comente nada de eso a Ivonne, pero creo que ella siempre supo que el hecho de regresar la guitarra como lo hizo nos trajo a mí y a la vieja paz, era como recuperar una parte del viejo que habíamos perdido, cuando se la mostré a mi mamá se le llenaron los ojos de lagrimas hizo exactamente lo mismo que hice yo cuando vio el estuche reconociéndolo por su olor de dentro fieltro viejo madera curtida y ají, estoy seguro que el hecho de tener nuevamente esa guitarra aunque fuera modificada le hizo a Cristina ganar un poco más de tiempo de vida. 

 Aunque estaba abatido por la muerte de mi papá todos mis días en la tienda tenían una hora donde el día se ponía mas soleado, era la hora en la que Ivonne salía del liceo y religiosamente pasaba a visitarme a la tienda justo antes que mi vieja cruzara la puerta de al lado y me trajera mi comida, ahora tengo la certeza que las mujeres tienen esa relación de amor y dar comida a quien aman muy bien establecido, me di cuenta de ello el día que Ivonne había faltado al liceo y me trajo algo que ella había cocinado y quiso que yo lo probara, estaba muy nervioso porque creía que mi vieja cruzaría la puerta con mi plato de comida y realmente lo estuve cuando la sentí caminar hacia la puerta arrastrando un poco los pies, Ivonne me sonreía y me ponía como un tomate por la situación que se avecinaba, Cristina con el plato de comida asomada en la puerta y yo comiendo de la vianda que me había traído Ivonne de su casa, cuál fue mi sorpresa cuando veo a la tía Cristina en la puerta sin nada en las manos, y me dijo. 

- Ah! Ya te trajeron tu comía!, y estai comiendo bien regaloneao! (consentido)

Evidentemente hubo una conversación previa que yo desconocía entre esas dos mujeres que me amaban, una mirada de complicidad entre las dos hizo que Ivonne soltara una pequeña risa. 

Cristina empezó a recordar tiempos que para mí eran demasiado antiguos.

- Yo a mi gordo (Lorenzo) también le llevaba la comia a la Universidá en Concepción, pero fue harta comia y hartos paseos que tuve que hacer antes que se atreviera pedirme pololeo (noviazgo). 

 Esa sentencia y la risa maliciosa con ojos chinos de Ivonne me hicieron ponerme rojo nuevamente ya que para entonces solo éramos amigos, claro que mi viejo ya me había instruido con anterioridad lo que había que hacer con una chica, sé que tarde un poco en tomar el valor para hacerlo pero una invitación a ver una película al cine, cotufas dadas en la boca, y la aparición de un ovalo del lado superior izquierdo de la pantalla de cine, que indicaba el momento de besarla, no fallaba jamás!. El viejo me dijo que su abuelo le había dado las instrucciones a él, por supuesto lo hice tiempo después y todo salió tal y cual me lo había indicado el viejo. 

Estábamos solos en la sala de la casa junto al féretro, mi vecina Aida rezaba cogiendo el rosario con una mano y me tomaba con la otra la mía, mientras ella lloraba con el rezo yo sonreía mirando una pared murmurando algo que no eran los rezos sino que repetía los diálogos de mi recuerdo como si los volviera a vivir, en ese momento Ivonne entro con mi comida y me llevo a la tienda para que la pudiera comer allí ya que los de la funeraria habían sacado la mesa de la sala para hacer el velatorio, después de comer Aida me dijo que quien había llamado era la gente de la funeraria y que dentro de poco vendrían con la camioneta fúnebre, aparentemente no vendría nadie más a despedirse de mi vieja Cristina. 

Dos meses después del entierro de mi mamá pude experimentar parte de lo que quizás habrían experimentado los viejos el día del saqueo, la vecina Aida me fue a despertar temprano diciéndome que parece que habían nuevos “disturbios” en Caracas. Yo dormía con un bate de béisbol debajo de la cama, rápidamente me vestí y me fui a la tienda a darle en la cara al primero que se atreviera a comenzar a saquearla estaba dispuesto en dejarme la vida allí si fuera necesario, el odio y la rabia me calentaba las orejas y me dejaban ese sabor a sangre en la boca, estaba deseando que sucediera y aunque vi a personas salir de los bloques con paso apurado y actitudes sospechosas nadie se acerco a bandalizar la tienda pero eso no me calmo, me lleve un televisor a la tienda para estar pendiente de las noticias que es lo que sucedía. Caracas era como una zona de guerra, no quería imaginarme lo que sería estar ahí, inmediatamente me recordé de Héctor y Víctor y me pregunte que estarían haciendo en ese momento, tenía mucho tiempo de no saber nada de ellos, al final del día un teniente decía “por ahora” en televisión y fue como si mi resentimiento pudieran finalmente canalizarse hacia una persona un individuo que finalmente me mostraba la cara, quizás fue una especie de canalización que sirvió para que mi odio generalizado a toda la gente vecina desapareciera, ahora era dirigido a uno solo, a ese tipo lo habían metido preso y me pareció justo aunque según mi entender el tipo ni en la cárcel dejaba de joder ya que ese mismo año en noviembre y con un vídeo grabado desde la cárcel hizo otra intentona golpista, quien era presidente para entonces del país estaba en el inicio de su muerte política, cosa que también me pareció bien, para ese entonces yo no emitía opiniones políticas como lo hacía toda la gente en las colas de supermercados y bancos, yo me dedicaba a hacer retrospectiva en mi vida y a hablar solo en esas colas, era más entretenido que dar opiniones. 

Yo había dejado la casa ya que no podía con el alquiler del local y la casa, eso no modifico realmente mucho mi vida ya que solía dormir muchas noches en el local por miedo a otro saqueo, el televisor que me había llevado para el local ahí se quedo para siempre, solía comer en un restaurante en la esquina caliente o en casa de la vecina, y muchas veces en casa de Ivonne que me invitaba religiosamente todos los domingos, ella cocinaba con esmero para su papá para mí y sus hermanos. El señor Cuauro (su papá) era un hombre delgado de baja estatura muy sonriente y simpático, cada vez que llegaba a preguntar por Ivonne me saludaba con mucha efusividad, me daba la mano con energía golpeaba mi hombro con su palma abierta y me preguntaba como seguía la tienda, la verdad que era muy amable, sus hermanos mayores Leison y José Luis, mayores que Ivonne, de mi edad, bastantes altos y muy fornidos uno de ellos más grande que yo, imponían respeto, jamás me saludaron de frente me miraban con algo de desconfianza, cosa a lo que reste importancia, supuse que se trataba de celos por su hermana menor. 

Por instrucción de Ivonne cada vez que fuera a ese departamento ya sea a buscarla o a ir a comer debía tocar la puerta tres veces pausadas para que supiera que era yo, aunque estuvieran ahí su papá y sus hermanos escuchaba un ligero corretear de gente, suponía que Ivonne en su coquetería no quería que la mirase con unos rulos puestos o desarreglada. Durante un año eso siguió como una rutina, aunque mi futuro era cada vez más incierto, todos los días tenía más presión por parte de el dueño del local para que le pagase tres meses de alquiler que le quede debiendo de la casa y siete meses que ya debía por el local, lo poco que vendía apenas me daba para mal comer, afortunadamente no pagaba servicios en el local ya que correspondían a la casa que ya estaba alquilada a otras personas, se me pusieron más difíciles las cosas cuando el mayor proveedor que tenia me dijo que si no comenzaba a pagar el vendría a Puerto Ordaz a buscar sus instrumentos, si no hacia algo pronto me quedaría sin sustento no quise pedirle el favor a la vecina Aida ya que ella había hecho mucho por mi incluso me había prestado dinero varias veces, fue entonces cuando vi al señor Cuauro que subía las escaleras para llegar al piso seis de su bloque, lo llame pero no escucho y lo seguí, pretendía que me dejara tener los instrumentos en su casa por un tiempo con la pésima excusa que iría a pintar por dentro el local y no quería que se dañasen, cuando llegue junto a él ya estaba abriendo la puerta me saludo y me invito a pasar, cuando le dije que venía a hablar con el me dijo en tono de broma. 

- Berro muchacho!, Ivonne no esta pa` casase todavía!
- Me reí con él y le dije que ni ella ni yo estábamos para eso aun.

Me hizo pasar, era un domingo e iría a almorzar con ellos, Ivonne estaba en el mercado comprando algunas cosas para comenzar a cocinar. Todo el discurso que llevaba preparando desde el día anterior con la retorica exacta para convencer a el Sr. Cuauro se vio truncado cuando mis ojos se clavaron en una flauta traversa que yo jamás había visto antes en esa casa adornaba la sala en su estuche negro, el trato de desviar mi atención pero la flauta tomo proporciones gigantescas y era imposible ignorarla, como si fuera una locomotora metida en su pequeña sala, mi mente se nublo por completo y no me quedo otra alternativa si no irme a toda prisa ya que el sabor a sangre en mi boca casi no me dejo modular palabra ni ajustar pensamientos. Salí rápidamente de ahí cruce la calle sin mirar a los lados y me metí en la tienda, tenía una tempestad en mi cabeza, sentía que lo poco de lo que me estaba apoyando en la vida se me había desmoronado, apague todas las luces desconecte el televisor y me senté en la cama, a pensar solo a pensar, sentí que Ivonne toco la puerta del local muchas veces, se metió por la vereda y toco nuevamente, escuche como tocaba en casa de Aida y le preguntaba por mí, uno de los hijos de los nuevos inquilinos de la casa le dijo que me había visto entrar pero no salir, me llamaba una y otra vez por mi nombre en tono de suplica, al que respondí con silencio absoluto, no quería abrir y no lo hice, pase esa noche entera pensando en cómo llego esa flauta traversa a casa de Ivonne y porque estaba tan desafiante como un adorno en la sala de su casa. Lo primero que pensé es que ella había sido parte de la turba, pero quise borrar ese pensamiento de mi cabeza, igualmente no tendría ganas de dormir esa noche, solo me quede ahí sentado, pensando en esa traición y criticándome a mí mismo por haber sido tan idiota de haber caído, la imaginaba una y otra vez sentada en la mesa de su casa con sus hermanos burlándose de mí, riéndose a mis espaldas, pero ¿Cuál era la necesidad?, si yo a esa gente no le había hecho nada, el odio continuaba acumulándose se transformó en decepción, la verdad no quería saber los motivos, tome una determinación y no la cambie, la flauta estuvo en su casa por más de dos años y ella fue incapaz de decírmelo eso era traición suficiente para no querer verla más. 

También pensé que haría con mi vida, no podía seguir intentando de salvar una tienda que no tenia vida por falta del viejo, así que tome la determinación de vender todos los instrumentos a un precio muy económico, necesitaba venderos rápido antes que el proveedor se viniera a quitármelos, necesitaba dinero. El lunes temprano en la mañana tome una buseta para ir al centro de Puerto Ordaz a hablar con el dueño de una casa de música que había allí, era una tienda grande con varios teclados modernos y una sala donde daban clases, llevaba en mi mano un papel con un inventario de instrumentos y sus marcas, la suma total del precio de costo, cuando hable con el dueño me identifique le mencione el nombre del viejo y de la vieja, le mencione la tienda y el fingió no conocerla, le hice la oferta de venderle los instrumentos por la mitad del precio de costo sí me los pagaba de una vez, no disimule mi desesperación y el tipo se dio cuenta, se aprovecho de ello y me ofreció la mitad de la mitad, yo no tenía otra alternativa, no había en toda la ciudad otra tienda de música, accedí y acordamos en que el iría con su camioneta a buscarlos al otro día con dinero en efectivo, regrese a la tienda pasado el medio día, en la puerta había una nota de Ivonne que decía: “tenemos que hablar, ven a mi casa en lo que leas esta nota”, arrugue el papel con rabia y lo tire al suelo con desprecio, empecé a arreglar todos los instrumentos para el día siguiente, cerré las cortinas, casi a las seis de la tarde escuche a Ivonne nuevamente que volvía a tocar la puerta y a llamarme por mi nombre en tono suplicante, sabía que estaba ahí, pero me escondí en el depósito, prendí el televisor a todo volumen para supiera que estaba y no quería verla, después de un rato me asome por la ventana la vi pasar con el estuche y meterse en la casa de la vecina Aida, estuvo ahí un buen rato mire con odio a través de la ventana, pase nuevamente esa noche en vela planeando lo que iría a hacer, al otro día llego quien sería el nuevo dueño de los instrumentos, sumamente directo como para no saber donde quedaba la tienda, lo hice entrar, reviso los instrumentos quedo conforme y me entrego el dinero, unos muchachos cargaron la camioneta, no tuve que hacer nada mas, con dinero en la mano me di cuenta que tenía hambre, y me fui al restaurante de la esquina comer algo, en el camino de regreso escuche como la vecina me llamaba. 

- Santiago, Santiago! 

- Hola vecina!, salude con algo de altivez. 

- ¡Muchacho! ¿Qué estás haciendo? 

- Es que me estoy mudando vecina, (siempre mentí muy bien), alquile un localcito donde podre vivir más barato en Castillito. 

La vecina resto importancia a lo que le decía, referente a el movimiento en la tienda. 

- Santiago, pobre muchacha!, como la tienes! 

- Yo no fui quien se metió en la tienda a saquear vecina! 

- Pero muchacho dale un chance a que ella te diga! 

- La verdad vecina, no me interesa saber. 

- Mira, ella me dejo la flauta, vente conmigo que te la doy. 

- Gracias vecina, me hace falta la flauta. 

Al llegar a casa de Aida me entrego la flauta y después me extendió una carta que Ivonne me había escrito, le dije muy seco y serio: 

-  La flauta me interesa, la carta no. 

- Pero chico por lo menos léela. 

- Lo siento vecina hay cosas que no se pueden perdonar. 

 Me di media vuelta y me fui, antes de salir de la casa de Aida, le pregunte: 

 - Vecina ¿usted sabe si ella vino a saquear? 

- ¡No chico!, ¡si eso es lo que ella te dice en la carta!, fueron sus hermanos.
- Solo eso me interesa saber de esa carta vecina, por lo demás bote esa carta a la basura o mejor quémela. 

Solo estuve un mes más encerrado en el local, el dueño fue a tocar la puerta varias veces, y yo no atendía, estaba muy ocupado vigilando el bloque, quería saber a qué horas salían y llegaban ese par de criminales, varias veces vi salir a Ivonne, procuraba salir del local cuando ella regresaba a su casa, no hacía nada más que mirar por la ventana, y esconderme cuando el dueño del local y la casa se acercaba a tocarme la puerta, los envases con restos de comida se me acumulaban, solo restaba el mueble del mostrador, mi cama plegable junto a ella la guitarra que me había regalo el viejo y después Ivonne, todo en el pequeño deposito que una vez funcionó como salón de música. 

Llego el viernes, día en que Leison y José Luis se juntaban con otros amigos a beber cervezas sentados en el capo de un carro, me prepare con calma para la ocasión, zapatos de goma; un buen bluyín que me dejara estirar las piernas y una franela que fuera fácil de quitar, quizás ellos sabrían que iría a encararlos, pero no sabían cuándo, dominaba esa parte lo que ya me daba cierta ventaja, mientras caminaba lentamente atravesando la calle vi una pequeña piedra lisa junto al carro, alinee mi trayectoria con esa piedra que quedaría tres pasos detrás de mí, José Luis advirtió a Leison que estaba riéndose sin advertir mi llegada, dos amigos más, que estaban ahí simplemente se apartaron, Leison de pie un poco más alto que yo, igual de fornido sabía que no vendría a conversar, por lo que me dijo. 

 - ¿Qué fue Santiago? ... ¿vienes por lo tuyo? 

Me sonreí desafiante y lo empuje con la fuerza de mi cuerpo en obvio movimiento. 

Leison respondió de igual manera, a lo que fingí caerme y recuperarme rápidamente, el había avanzado dos pasos pensado que demoraría mas en incorporarme, la piedra salió directa con la fuerza de mi brazo a su cara, sonó seca en su cara se inclino por el dolor en ese momento y sin ninguna piedad una patada en su estomago le saco todo el aire, antes que José Luis pudiera llegar una patada en los testículos, le hizo doblarse de igual manera, a ese la patada le toco seca y certera en la cara que lo doblo hacia atrás dejándolo privado en el suelo, Leison se recuperó un poco pero un golpe con mi codo en su cara, lo hizo caer nuevamente, la gente ya se empezaba a juntar para “ver la pelea”, antes que el asunto pasara a mayores, decidí retirarme, no sin antes dejar la advertencia de rigor para que nadie viniese detrás de mí , me abalancé sobre José Luis, le mordí la oreja con tal fuerza, que lo hizo gritar, cuando sentí que estaba rompiendo carne mordí más fuerte para arrancar el pedazo que quedo con la forma exacta de mis dientes, empecé a caminar hacia la tienda como si tuviera algo muy urgente que hacer, pero detuve mi caminar en medio de la calle, me regrese y le escupí a sus pies su propio trozo de oreja que aun estaba en mi boca. 

Mis cosas ya estaban en un par de bolsas negras, me quite la camisa ensangrentada y la bote en una papelera, en el pequeño baño me limpie la sangre me puse otra camisa que ya estaba escogida con anterioridad, agarre el sobre donde tenía el dinero de los instrumentos, las bolsas negras y mi guitarra, toque en la puerta de la vecina, que no había advertido de la pelea frente a su casa, me vio sudando y un poco jadeante por lo que se asusto un poco, le dije. 

- Vecina necesito un favor suyo, no es mucha cosa. 

- Dígame m´hijo. A ver qué se puede hacer. 

- Le voy a dejar las llaves del local, por favor saque de ahí el estante que queda y quédeselo, también con la cama si es que le hace falta. Y le voy a pedir que me cuide esta guitarra como un favor muy especial, yo cuando pueda vengo a buscarla, si ve llegar al dueño por favor entréguele la llave. 

- no hay problema m´hijo, pero usté ¿a dónde va? 

- Yo la llamo vecina. Ahora ya me tengo que ir. 

Los malogrados hermanos ya se habían ido, seguramente necesitarían unos puntos, por lo que irían al hospital, el carro donde estaban sentados no estaba ahí, mire por última vez al piso seis y solo vi al Sr. Cuauro, apoyado sobre la baranda con la puerta de su apartamento abierta. En la esquina Caliente cogí un taxi ya eran casi la ocho de la noche me costo que parara uno, cuando por fin lo hizo, no pensé en nada y solo le dije, a Puerto Ordaz centro, déjeme cerca del mercado. 

Pasaría ahí la noche, durmiendo en un estante.

14 nov 2011

Aguatacaminos/Chotacabras (cap. 7)


Capítulo VII

Cuando “la tía Cristina” me propuso  vivir con ellos ambos quedaron en silencio mirándome, conteniendo la respiración, el gran bocado que tenía en la boca se quedó a un lado haciendo una bola de comida en mi mejilla. Lo habían estado pensado desde hace algún tiempo,  no tenían hijos y me habían tomado mucho cariño, trague sin masticar lo que me causo un dolor en la espalda muy fuerte al sentir la comida bajar hacia mi estomago, no pude disimular ese dolor, en un principio ellos pensaron que era una mueca de desaprobación. Lo primero que  pensé era que necesitaban a alguien que les ayudara con los quehaceres de la casa, quizás necesitaban pintarla, la verdad las paredes estaban bastante descuidadas y con la pintura desconchada en varias partes, cuando les pregunte qué es lo que querían que yo hiciera, se quedaron inmóviles, y me respondió el viejo con otra pregunta.

-¿Hacer de qué?
- Aquí en su casa!

- No te pedimos que vengai a ser servicio, Santiago (me dijo el viejo), te estamos pidiendo que vengai a vivir con nosotros, que seái de la familia.

-  Yo?, ¿Y no tengo que hacer mas nada?
- Tendríai que hacer lo que hacen toda la gente de tu edad
- Y lo  del mercado?
- Eso lo que dejarías. 

Lo primero que pensé es que la familia se vería rara ya que soy negro y ellos con tanta falta de color, se me ocurrió preguntar:

- Tengo que hacer la comía?

Estallaron en risas y me dijeron que no, además que ellos jamás se comerían una de esas arepas que era una comida horrible, tiempo después tuve la oportunidad de  reclamárselo al viejo ya que más de una vez cuando íbamos juntos a Caracas, al llegar al terminal del nuevo circo lo primero que buscaba era una arepera para devorarse sendas y gordas arepas bien resueltas.
No regresaría mas al ambiente del mercado, además la vieja Cristina evitó desde ese momento y en adelante pasar cerca de ese mercado nuevamente, tenían temor que yo quisiera regresar a esa vida, la verdad a mí también me daba cierto temor regresar.
Fue en ese mismo mercado un año antes de la propuesta de hacer familia con los viejos que la vi por primera vez, se veía desorientada y con mucho calor, se daba uno cuenta inmediatamente que no era de aqui, cargaba  tantas bolsas que ya no se las podía, en ese momento deje de descargar guacales de frutas y me fui caminando directamente a ella.

- ¿Qué fue mi doña quiere ayuda?
- Hay m´hijito algo de ayuda si me haría falta               .

En lo que empecé a cargar las bolsas de ella, llegaron tres de mis “colegas”, más que trataban de quitarme las bolsas de las manos para ganarse ellos la propina,  diciéndole:

-       Yo se la llevo doñita…!

 Bastó una mirada mía para que comprendieran que no me dejaría quitar “el cliente”, se retiraron como si alguien los hubiera regañado, aunque ella no se dio cuenta de tal acontecimiento.    
Me pidió que la encaminara por la calle hacia arriba un poco más lejos del bullicio del mercado donde podría parar un taxi, le deje las bolsas en el piso y me  fui rápidamente a buscar un taxi o un por puesto vacio que quisiera hacerle la carrera, cuando la pude subir al taxi, lo hizo, dándome las gracias y absolutamente nada “pa´ los frescos”, al regresar donde estaban los demás “colegas” estos se burlaron de mi en coro de risas, por no haber conseguido nada de esa “vieja pichirre”, no dije nada ni justifique tampoco, esperaría a que ella regresara al mercado para ayudarla nuevamente, aunque no me hubiera dado nada a lo mejor en algún momento me daría.   
En la tercera o cuarta vez de llevarle las bolsas a la señora “pichirre”, me preguntó si quería comer, pensé,  me daría por fin algo de dinero, sin dudarlo le dije que  si, pero en vez de sacar su monedero se echo a un lado en el asiento del taxi y me dijo “ven”, con algo de resistencia me subí, ella le dio la indicación al taxista para que nos llevara a Unare, en el camino comenzó la preguntadera.

- Trabajai siempre en el mercao?
- Si
- Y cuanto ganai , más o menos?
- Saco pal día doñita, (jamás revelaba lo que sacaba).
-  Ya poh , pero más o menos cuanto  es eso?
-  Mas o menos quinientos bolívares doñita.

Levantó las cejas para que me diera cuenta que sabía que mentía, pero  tenía que decirle algo ya que era muy directa e insistente.
Llegamos hasta la esquina caliente de Unare, allí avanzamos en dirección al mercado de Unare pensé que era muy extraño esta señora sin carro fuera los domingos a comprar al mercado de Puerto Ordaz que le queda tan lejos .Antes de poder preguntarle me esbozo una excusa sobre la calidad de la verdura en puerto Ordaz que no me satisfizo, reste importancia a ese detalle, al llegar estaba esperando en la puerta de la casa, un hombre de mediana estatura hombros anchos cabello gris una lipa grandísima y pantalones que le llegaban más arriba de la cintura, camisa a cuadros  de manga corta, cerrada hasta el cuello, unos lentes de pasta de  negra, abrió los brazos cuando vio a la mujer,  ella le susurro algo al oído y me miro con picardía , como para que me diera cuenta que estaban hablando de mí, me dijo el viejo:

- Así que tu eres el famosísimo muchacho de mercado!

Asentí con la cabeza, con  mucha la desconfianza y no lo disimulaba.
Fui a comer donde los “viejos chilenos” varios domingos, la mayoría de esas veces comían siempre las mismas empanadas, que me gustan muchísimo,  el viejo siempre con una cerveza, la vieja y yo siempre con Coca Cola; esos almuerzos se empezaron a repetir los domingos, después también los sábados, incluso algunos días de semana, a veces con tan absurdas excusas, ya que la vieja iba un miércoles al mercado a comprar un pimentón que le falto para el guiso.
Con el pasar de las semanas era costumbre incluso desayunar con ellos, usaba el baño, la “tía Cristina” me lavaba la ropa, realmente ya casi vivía con ellos así que eso de aceptar vivir con ellos realmente fue un formalismo, para ese entonces yo tenía 15 años y había abandonado la escuela en sexto grado, cuando deje de frecuentar las casas de cuido. El viejo me dijo que no era necesario dar parte a nadie de la “adopción”, la verdad es que esos trámites demoraban mucho y hubiera existido alguna intervención estatal que hubiera complicado más las cosas, yo estaba a pocos años de mi mayoría de edad por eso tampoco comprendía bien el por qué de esa “adopción”  y sin nada a cambio.  
Él estaba más entusiasmado que yo el día que fuimos al Centro Comercial Zulia, donde había un instituto de libre escolaridad para hacer en poco tiempo la secundaria, las verdad en un principio me choco el perfil  de los alumnos, tan diferentes a mí, vestían siempre como si fueran a una fiesta, muchos de ellos iban a lucir sus carros y parecían siempre preocupados de la marca de los zapatos.
 Me hubiera gustado vestirme como ellos, pero el viejo me compraba también la ropa, y la verdad bastaba con cualquier par de zapatos y  un plato de comida, además, parecía que mi vida ya no fuera mía, estaba planificada por el viejo incluso mi manera de vestir, que no era “a la moda” pero era ropa, no me molestaba, me agradaba dejarme cuidar por él, me llevaba a mis asesorías mientras me esperaba en el mismo cafetín donde los demás alumnos pasaban la mañana, al salir  ya estaba de pie en la parte de abajo de las escaleras. Al llegar  a la tienda  reforzaba esas explicaciones, todas las veces sin excepción, me explicaba mas allá de lo que saldría en esos exámenes,bastante fáciles cabe decirlo, el se había puesto en la cabeza que sacaría el bachillerato.   
Me encantaban las explicaciones de historia,  compraba libros escolares que fueran acorde con las mediocres guías y reforzaba con muchísimo empeño no solo lo que decían los libros sino también la “verdad”  de lo que ocurrió en esos hechos, solía restarle importancia a hechos heroicos de personajes de la historia, realmente no tenían tal merito que se les daba en los libros. Como la mayor parte de la historia se basa  en los actos heroicos de guerras, él solía detenerse y me explicaba, la verdadera razón y motivos de esas guerras, conquistas y “liberaciones”, además siempre culminaba diciéndome: los militares que gobiernan jamás podrían ser de izquierda. Derivaba la explicación y  se extendía por horas explicándome cómo es que Perón había logrado tal poder popular  y como se evidenció esa trampa de la ideología cuando después de depuesto se refugió primero con Marcos Pérez Jiménez  acá en Venezuela y después con Franco en España; me enseño el golpe de estado en Chile, a todos sus actores y de cómo Pinochet a última hora se había sumado a un  golpe que todos sabían que vendría en cualquier momento ,yo le escuchaba con atención y preguntaba cosas que me aclaraban cada vez más el motivo de las dictaduras latinoamericanas,  me las repetía una y otra vez, me entretenían las explicaciones y la pasión que ponía el viejo en  narrar los hechos, siempre y sin ninguna excepción, terminaban igual y se autocriticaba diciéndome que el sí podría haber continuado con sus estudios, de haberlo querido, “porque para no culminar lo que se empieza  siempre existiría una  buena excusa”, y siempre que hablaba de eso me contaba de un ave que tiene la ventaja de tenerlo todo en contra, pero así y todo siempre sale adelante, aunque los predadores se coman sus huevos y anidara en sitios muy visibles siempre por lo menos una vez al año lograba sacar adelante un nido. 

- Solo se sale adelante con perseverancia negro, no importa lo que tengai a favor o tengai en contra, si no tenis perseverancia nunca salis adelante!

 Me repetía siempre lo mismo al final de las horas que  me dedicaba para mis estudios y juntaba ese pensamiento del ave a una explicación de matemáticas, o de química y sobre todo de historia, cuando la historia  del pajarito comenzaba,   sabía que ese día de estudio estaba por terminar.
El bus hizo la parada en Ciudad Bolívar en el terminal donde se bajo una cantidad de personas y subieron otras pocas, las ganas de llegar se habían transformado en urgencia, el ejercicio de recordar como si fuera una película durante toda la noche se interrumpió en esa parada, quedaba una hora de camino hasta entrar a Puerto Ordaz pero ni un nuevo intento pudo distraerme de el ansia de llegar por la proximidad en la que estábamos, la hora de viaje se hacía más larga y mas interminable con cada kilometro que avanzaba el bus, la primera parada improvisada que hacia el bus en la “Redoma de la Piña” esperaba que nadie se bajara o que los interesados en bajarse estuvieran dormidos, el breve camino desde esa redoma hasta “los bomberos de Unare” me resultaba más larga y demoraba más que los cien kilómetros desde Ciudad Bolívar, mucho antes de llegar yo estaba de pie al lado del chofer diciendo que mi parada es en “Los Bomberos”, se lo repetí siete veces antes de llegar, si  me quedaba dormido tendría que esperar hasta llegar a el centro de Puerto Ordaz, en el banco de Venezuela, y si me llegaba a quedar dormido del todo, como una vez sucedió tendría que esperar hasta que el bus llegase al terminal de San Félix, y allí el chofer se encargaría de despertarme porque el bus ya no seguiría mas allá.
El bus partió y me encontré de pie con mucho sueño sobre mis hombros sumado a los dos bolsos de ropa que llevaba, camine hasta la avenida  donde justo al llegar vi pasar una buseta que me dejo en el Supermercado que indicaba el inicio de la avenida que daría a la  “Esquina Caliente, al bajarme sentí los olores que me indicaban que estaba en casa, en cada regreso, encontraba algo diferente o un toldo nuevo en un negocio o alguna casa pintada, no encontré a ninguna persona con quien intercambiar saludos, solo pude caminar y aliviar esa impaciencia de apresurar el paso hacia casa, realmente era una casa grande, los dueños habían dividido una parte para alquilar que era casa, y la otra que era la tienda , el viejo pagaba dos alquileres por el sitio donde vivía y trabajaba.          
Al llegar vi la tienda acomodada pero sin ningún instrumento en exposición, diría que normal a no ser por los estantes sin vidrios, y la ventana tapiada por unas tablas que entre algunas rendijas me dejaron ver hacia adentro.  
Di la vuelta por la tienda para tocar la puerta de entrada, los viejos no sabían que yo iría así que no me estaban esperando, no toque la puerta de latón,  solo me quede esperando a ver si escuchaba algo dentro de casa, que me dijera que todo estaba bien y como siempre.       
No escuche nada, tampoco sentí olor a pan tostado que la vieja solía hacer por las mañanas, toque la puerta, como siempre me quede esperando que la vieja se asomara por la ventana de la casa, agachando un poco la cabeza, sujetando las cortinas con la mano,  quizás se asustaría que estuviera ahí y sin avisar, pero nadie salió, volví a tocar, el silencio me lleno de incertidumbre, nunca había sucedido eso, siempre que tocaba la puerta de casa (aun cuando todavía no vivía en ella) estaba ahí, uno de los dos, por eso jamás necesite llaves para entrar, después de unos quince minutos de estar fuera de casa sin saber que hacer vi salir a la vecina Aida, (las llamadas eran a su casa ya  que era ella quien tenía teléfono).

-       M´hijo ¡ ¿y tú cuando llegaste?
-       Acabo de llegar vecina.
-       ¿La vecina te llamo pa´ que vinieras?
-       No vecina,  ellos no saben que yo venía, ¿usté sabe donde están?
-       Hay m´hijo (me dijo con ojos llenándose de lagrimas) no sabes nada!
-       ¿Qué paso aquí?; ¿Dónde están?; ¿están bien?
-       El Profe se sintió mal anoche, (Aida tuvo a sus dos hijos en clases de música con el viejo y se acostumbro a decirle como le decían los niños) y la vecina se lo llevo en taxi al hospital.
-       ¿En donde están?
-       En el Uyapar,  (Hospital Uyapar).

A pesar que la vecina Aida me había ofrecido que desayunara primero en su casa no quise, solo le pedí que me abriera la casa para dejar  los bolsos, (ella tenía una llave de casa) insistió  que le dejara los bolsos en casa de ella pero es que necesitaba usar el baño antes de salir al hospital, la vi tan titubeante que me asuste, la hice a un lado ya que no quiso darme las llaves,  en la mesa del comedor adivinaba un montón de instrumentos de la tienda tapados por unas sabanas, me extraño demasiado, al quitar las sabanas me di cuenta de lo que los viejos me escondieron y no habían querido decirme al teléfono, estaban la mayoría de los instrumentos de la tienda demasiado rotos o abollados como para que fueran de utilidad, me invadió un sentimiento de vacío, no me recuperé de mi estupor cuando me doy cuenta que la vecina está detrás mío llorando  y me dice entre sollozos:

-M´hijo esto fue bien feo.
- La misma gente que vive aquí.
-¿Quién?
- Los vecinos casi todos los que viven aquí mismito enfrente y los de los otros bloques también, vinieron en montón a desvalijar la tienda, lo único que quedo es esto, lo demás la mayoría ni siquiera se lo llevaron casi toó  lo rompieron.
- ¿Y a mis viejos, les hicieron algo?

Sentía  el calor de la ira empezar a subir a mi cabeza y calentaba mis orejas, me dejaba un sabor  a sangre en la boca.

-       A ellos los dejaron tranquilos, pero es que la gente se había vuelto loca.

Mire hacia los bloques con odio, apretando dientes y puños, me voltee hacia la vecina y le pedí que me acompañara al hospital, yo tenía dinero en efectivo para pagar el taxi, no costó mucho conseguir uno que nos llevara, al dar la última curva antes  de llegar al hospital, me entro un miedo en el que sentí un hueco en el estomago, ya que no quería que los viejos se dieran cuenta había estado llorando de rabia odio e impotencia.

29 sept 2011

Aguaitacaminos/Chotacabras (cap. 6)




CAPITULO VI.

Caracas, me decepcionó desde el primer momento en que la vi. No es una ciudad de justicia Allí se evidencia la más aplastante diferencia entre las personas; es imposible sentirse “especial” en una ciudad que tan poco te da. 

Quizás el injusto era yo, quizás extrañaba los grandes espacios de Guayana. Me impresionaba ver cómo, al entrar a los barrios, se veían justo -del otro lado de la autopista- grandes edificios de acero y cristal, aplastando la esperanza de quienes querían ser “especiales”. Sin duda, yo quería ser uno de esos “especiales”; esos contrastes existían de igual manera en Guayana, pero allá las cosas se veían diferente; quizás el hecho de ser una ciudad joven ayudaba a que quienes querían ser “especiales” tuvieran al menos la esperanza de serlo, quizás era eso lo que me deprimía de Caracas: siempre encontraría un gran edificio de acero y cristal que me decía a mí, y solo a mí, que jamás llegaría a ser “especial” en una ciudad donde los lugares de los “especiales” ya estaban ocupados. Había escuchado decir una vez: “es que en Guayana la gente pobre está disimulada en San Félix, desde Chiríca hacia adentro” seguido por un coro de risas. 
Guayana es una ciudad que no aplasta la esperanza de quien quiere ser “especial” y eso me hacía sentir bien, quizás la ausencia de edificios de acero y cristal hacia que los escondidos fueran otros, a lo mejor que tanto los “acomodados” como los pobres vistiesen casi iguales no marcaba diferencias entre los que querían ser “especiales” y quienes tenían la posibilidad de serlo, quizás era simplemente el calor. La única ventaja que tenía Caracas y aún conserva es su memoria colectiva. 
El viejo me explicó muchas veces lo de “memoria colectiva de las sociedades” , todos recuerdan con exactitud lo que hacían en un momento histórico, de esos que marcan como un surco los cerebros. Para él, una de esas veces fue el asesinato de J.F. Kennedy. Me contó que discutía con Urrutia diciéndole que el estado comunista exaltaba la cultura de las persona mientras que el capitalismo la aminoraba. En ese momento, Nelson Salinas entró diciendo que en la radio anunciaban el atentado a Kennedy. Fueron muchos los momentos que hicieron ese “surco” en el cerebro del viejo. El y yo tuvimos uno de esos “surcos” en común, aunque para ese entonces yo vivía en Caracas y él en Puerto Ordaz. A ese “surco de Caracas” la misma gente le puso nombre “el 27-F”, no obstante para mí no fue solo un día, fue el inicio de un conjunto de días que rompieron mi estabilidad.

Ya estaba en el baño cuando sonó el radio-despertador; siempre en la misma emisora, parecía que todas las noticias giraban en torno a una mayor, las nuevas políticas económicas de gobierno eran el tema que centraba las atenciones, dentro de esto el decreto de aumento de pasaje de transporte, que no satisfizo a los transportistas, entendía el problema, creo que fue mi despertar de conciencia ante un hecho social y me posicionaba en la parte afectada, aun cuando se aplicaran, no me afectaría mucho, ya que me encontraba en la cómoda posición de recibir el dinero que el viejo me enviaba mensualmente. 

Algo inminente estaba por suceder pero no sabía exactamente qué ya los transportistas habían hecho varias huelgas circulando a "puertas cerradas”, asunto que no me incomodaba mucho ya que a la Universidad Central llegaba en Metro. Tenía por costumbre encontrarme con Héctor y Víctor en la entrada de la Universidad, más o menos a las 6 a.m. Era fijo, como un contrato tácito, nos juntábamos para beber un café antes de entrar a clases a las 7 a.m. Tenía un año viviendo en Caracas mantenido por los recursos que me giraba el viejo, siempre puntual. Sabía el tamaño del sacrificio que hacían ellos dos por mi; siempre se escucharon emocionadísimos en las llamadas que les hacía los viernes en la noche, queriendo saber todo lo que vivía en Caracas.

Lo que me confirmó que ese día en especial algo sucedería fue que la estaciones del metro estaban cerradas, y yo tenía que llegar a la Universidad ya que necesitaba, a como diera lugar, entregar un trabajo a Héctor. Eran diez cuadras hasta la entrada principal, allí podría aclarar todas las dudas que tenía respecto al funcionamiento del Metro.

Alquilaba un cuarto en una pensión para universitarios en la Avenida Lecuna, frente al Nuevo Circo de Caracas, por lo que solo camine un poco mas desde la Avenida hasta la entrada de la universidad, allí el escenario parecía tan normal que olvidé comentarle a los muchachos sobre la disfuncionalidad del metro, supongo que algo similar ocurrió con ellos, nos topamos con el profesor Sotomayor, comentó que en Guarenas habían fuertes disturbios, las busetas circulaban nuevamente a puertas cerradas y las personas les comenzaron a lanzar piedras, preámbulo de lo que sucedió.

Las clases fueron suspendidas. Al salir de la Universidad nos dimos cuenta que existía un ambiente de caos generalizado en la ciudad, o por lo menos es lo que se veía alrededor de la U.C.V., tomamos tácitamente la determinación de donde iríamos; Héctor vivía con sus padres en El Valle, seguramente allí también habrían problemas, pero por lo menos allí tendríamos comida para los días venideros, había mucha confianza y no necesitábamos hablar ciertas cosas. A Víctor y a mí nos tenían mucho cariño en esa casa; al salir de la Universidad nos cuidamos de no hacerlo por Las Tres Gracias sino por la Minerva, Avenida Los Ilustres por los Chaguaramos. Caminábamos por la avenida sin conseguir ninguna buseta; finalmente llegamos a “la Bandera” , pasaron tres llenas con gente colgando de puertas y ventanas, y sólo después pudimos subirnos a una. El chófer se detuvo porque los que estábamos en la parada comenzamos a hacer una barricada, de lo contrario no habría parado. El hombre asustado nos dijo cuando abrió la puerta que nos subiéramos pero que no se la quitáramos, la gente subió sin decir nada. No se llenaron todos los puestos y nos indicó que no volvería a parar a pesar de las barricadas. Y se llevaría a quien sea por delante, maldijo ese día y le escuché decir que mataría a quien tratase de quitarle la buseta. El hombre era un manojo de nervios. Después de dos cuadras, sentí a mi lado un sonido seco en la lata de la buseta, idéntico al ruido que hacían las bombas de agua que en carnaval solían reventarse contra las carrocerías. La diferencia es que esta vez el ruido era ocasionado por piedras, las piedras en el latón sonaban exactamente igual, hasta que una de esas “falsas bombas de agua “entró por una ventana haciendo ruido de vidrios de seguridad rotos que cayeron sobre mí. No sé por qué motivo aguante la respiración, el chofer de la buseta soltaba maldiciones jurando que en la próxima barricada buscaría pasar y llevarse por delante a uno de esos “tira piedra”. La locura colectiva se manifestó cuando una señora le pidió al chofer que parara entre una barricada y otra para bajarse. Al frenar además de las personas que venían corriendo a lanzar piedras contra la buseta, también quienes bajaban comenzaban a arrojarlas sobre ella.

-¿Coño, gordo, pero qué le pasa a esta gente si venían aquí?

Preguntó Héctor entre sollozos. Me di cuenta que una de las piedras que había entrado por la ventana, le había rozado la cara, rompiéndole un cristal de los lentes, esta había hecho un pequeño rasguño que se extendía medio centímetro por la comisura del ojo. La sangre se veía realmente escandalosa, pero yo había aprendido desde niño, que la sangre en un rostro pálido parece el doble y aún más en la cara.

Después de la última parada donde se repitió una vez más la estúpida rutina de los mismos pasajeros agarrando piedras para lanzarlas contra la buseta que los había trasladado, pude ver que el corte de Héctor en su cara no era tan profundo, solo le extendía la comisura del ojo más hacia atrás; Víctor estaba una fila de asientos más adelante hecho un bulto entre rezos y sollozos, ya solo quedábamos nosotros tres y a toda velocidad sorteábamos grandes peñascos puestos en el suelo. Me incorporé haciendo un poco de equilibrio. Le dije al microbusero que solo quedamos tres pasajeros antes que me recriminara por el comportamiento de los que se bajaron anteriormente:

- Jefe, nosotros no somos como los demás.
- Amén m´hijo, me dijo con más exigencia que agradecimiento.
Solo doscientos metros más adelante vi una gran barricada y escuché al chofer decir:

- Coño esta es grande!

Estaba además prendida en fuego y las llamas de lejos se suponían más altas que el techo del la buseta. No queríamos que el bus parara. Me quedé junto al chofer, quien al sentirme a su lado, aceleró aún más. Le dije sin despegar la mirada de las llamas y con la voz quebrada.

- Yo me quedo contigo, jefe!

Continuó acelerando. Cuando faltaban unos diez metros para atravesar la barricada me agaché sobre él mirando hacia abajo y empujando la cara de él encima del volante. Afinqué mi mano para que el bus no perdiera estabilidad ni dirección, me lo había pensado con anterioridad como si hubiera ensayado lo que iba a hacer. No sé si fue la misma barricada o una roca que levantó la buseta. El golpe me tiró hacia atrás en salto. Fue exactamente como en las películas, para mi todo transcurrió en cámara lenta. Caí dando golpes previos con mis hombros en las asas de hierro de los asientos, justo sobre el torso de Héctor que soltó todo el aire de sus pulmones. Pude ver cómo el techo celeste del bus se ponía, poco a poco, del color de las llamas de la barricada, sentí calor en las mejillas, contuve la respiración. Héctor se quejaba intentando decirme algo, me quedé en la misma posición hasta que el chofer me dijo:

- ¡PASAMOS NEGRON!!!!! (Ya me había puesto nombre).

Pude poner algo de atención a lo que Héctor me decía: 

- ¡Bájate, gordo! (Mientras trataba de recuperar algo de aire.)

El bus pasó por la lluvia de piedras que estaba después de la barricada. Sabíamos que eso pasaría ya se había repetido la lluvia de piedras en las tres anteriores pero esta fue la más fuerte que todas. A pesar de eso nos tranquilizó pasar vivos esa gran barricada incendiada. La lluvia de piedras rompió las últimas ventanas que quedaban, el chofer encontró un portón de un estacionamiento abierto, como si lo conociera, metió la buseta y apagó el motor que sonaba como si se hubiera fundido Nosotros nos habíamos incorporado y sentado agarrados del respaldo de asiento de adelante. Parecíamos niños en edad preescolar a los que envían por primera vez a un sitio que no es su casa. El chofer se volteó, me miró a los ojos y me dijo:.

- ¡Gracias, Negrón! Ahora bájense que el paseo terminó.

Estábamos a menos de dos cuadras de la casa de Héctor. Caminamos atemorizados escuchando disparos, gritos y sirenas, cualquier ruido nos alteraba y nos hacia girar la cabeza con miedo, aunque estos fueran ruidos cotidianos. Llegando al edificio, me sorprendió sobremanera ver a César Ojeda (presidente del centro de estudiantes de la Universidad y vecino de Héctor) en la tarea de dirigir el saqueo de un abasto, mientras el dueño que era un portugués, estaba de pie con los ojos llenos de lágrimas mirando cómo sus vecinos le robaban el trabajo. César con algo de cinismo le dijo:

- Tu saca la cuenta, portu! 

Me dio vergüenza ver al portugués. Me sentí culpable y solidario con su desgracia, comenté mientras subíamos por el ascensor que nos llevaba a la casa de Héctor. Una cosa era saquear un gran supermercado y otra bien diferente era joderle la vida a un vecino. En ese momento pensé en el viejo y me entró una sensación extraña por los talones. Como si tuviera que salir corriendo a algún sitio pero me calmé pensado que sólo era una humilde tienda de música: la gente no come instrumentos, y me tragué mis palabras cuando repetí hacia mis adentros que una cosa era saquear abastos y otra bien diferente saquear instrumentos. Además pensé que en Guayana estas cosas no sucedían, me acordé que el viejo me decía una y otra vez que esas son las ventajas de vivir en provincia Junté esos pensamientos para calmar mi preocupación, no quería imaginármelos en una situación similar a la del portugués del abasto.

En casa de Héctor nos prepararon rápidamente campamento en la sala para Víctor y para mi, había sido una mañana difícil. Su familia y nosotros tres no nos despegamos del televisor hasta más allá de las once de la noche. Las noticias se repetían de un canal a otro y junto a lo que se escuchaba de los vecinos del edificio nos advirtió que sería pésima idea salir.

Al otro día, me levanté temprano a preparar algo de café y vi que en el mesón de la cocina estaba un montón de bolsas de mercado sin guardar, no quise preguntar si lo habían comprado. Graficar a los padres de Héctor saqueando en el abasto del portugués, era un pensamiento que bloquee inmediatamente. Me asomé a la ventana para despejar esas ideas de mi cabeza y fue cuando vi lo más bizarro que hubiera podido ver en esa situación: un hombre que caminaba arrastrando la pierna junto con un saco, se sentó en un banco de una placita. Era un recoge-latas, que tomaba de su saco, una pieza entera de jamón de rebanar. Con los dientes intentaba quitar el plástico que recubría el jamón que empezó a comer a mordiscos. Pensé que esos saqueos realmente eran la materialización de esas películas de zombis y que estaba viendo a uno de ellos comiéndose un trozo de su víctima. Me di cuenta que Víctor se asomaba a mi lado por la ventana y con risa, más nerviosa que de otra cosa, me preguntó qué comía ese. Al cabo de unos veinte minutos, dejó ese jamón en el asiento casi entero con los pocos bocados que pudo comer.

Sentí el ruido de gente levantándose en ese pequeño apartamento. Héctor fue el primero. Pasó directo a la cocina y comenzó a preparar algo de comer, le pregunté sobre las bolsas de supermercado que estaban en la cocina y me respondió encogiendo los hombros. En ese momento me volví a preocupar por los viejos, quería decirles que yo estaba bien, esta vez estaba pendiente de la preocupación que ellos tendrían por mí. Pero el teléfono en casa de Héctor estaba cortado, tendría que esperar por lo menos tres días para poder comunicarme con ellos y tranquilizarnos mutuamente. Imaginaba cómo la vieja Cristina, entre sollozos de alivio y preocupación, me regañaría por tenerlos en la incertidumbre de no dar noticias mías.
Mi viejo Lorenzo que es más tranquilo, se preocuparía primero por saber si estoy bien y al asegurarse de que yo no estuviera metido en “peloteras de esas”. Es así como me imaginaba el guión, pero tendría que esperar por lo menos tres días más. No nos atrevíamos ni siquiera a ir a los teléfonos monederos que estaban a una cuadra del edificio ya que los policías habían recibido órdenes de “disparar a matar”.

De ahí en adelante no quise ver más noticias ni ver al presidente justificar las medidas económicas adoptadas. Solo restó esperar . Hicimos la rutina de lectura-conversaciones con el papá de Héctor, comer y especular sobre los ruidos de disparos y gritos anónimos que venían de la calle.

Pasados esos tres días, pude finalmente regresar a la pensión. Ahí el señor Pino (dueño de la misma) me esperaba con algo de preocupación, las cosas habían estado muy violentas por esos lados, pero nadie se metió con la humilde pensión de un viejo, aunque la gente en la calle estuvo tan alterada que ni siquiera respetaban un carrito de perros calientes. 

Para las llamadas telefónicas Don Pino, tenía un sistema de mensajes, donde en formatos continuos, anotaba todo con perfecta caligrafía en esos pequeños papeles. Pero no los dejaba jamás por debajo de la puerta, le gustaba entregarlos personalmente.

- Esta tutti desesperato (me dijo)

Aunque jamás prestaba el teléfono de la pensión, esta vez él mismo me ofreció para usarlo.

Debía hacer dos llamadas una para la casa de Doña Aida (vecina de los viejos que tenia teléfono) esperar tres minutos para que pudiera avisar y llamar después nuevamente. A mi segunda llamada, contesta la vieja con ese acento sureño que se le marcaba aún más cuando estaba preocupada.

- Puchas, m´hijito ¿Dónde andaba usté metío?
- Hola, tía (la vieja me pidió una vez que le dijera así, si es que no podía decirle mamá), perdona por no llamar antes pero es que esta vaina aquí era un desastre.

- ¡M´hijito, pensamos que le había pasao algo!
- No, tía, estoy bien. Solo hoy pude salir de casa de Héctor.
- ¿Pero usté no anda en eso de los saqueos?!
- ¡Tía, a mi no se me ocurriría, a ver si me dan un plomazo!
- Pucha, m´hijito, su papá está muy angustaio por usté.
- ¿Qué le pasa al tío? (al viejo Lorenzo también lo llamaba así por petición)
- Es que está aquí a mi lao, pueh!, Y quiere saber de usté!
- ¡Pásamelo!
- ¡Mi negro!
- ¿Tío, cómo estás?- Bien negro, bien, ahora más tranquilo que hablo contigo.
- Supongo que allá no pasó nada, tío.
- Noo… sii…. casi na´ la verdad.
- ¿Pero como casi nada?!¿Pasó o no pasó?
- Sí pero too se puede arreglar.
- ¿Qué pasó? Sonido de silencio al otro lado del teléfono,,¿! Papá?! (Así le llamaba al viejo cada vez que me asustaba)
- Nada, m´hijito, lo importante es que usté y nosotros aquí estamos vivos y bien.
- ¿Pasó algo con la tienda?
- Sí, pero poca cosa.
- ¡Papá!!? ¿Qué pasó??¡¡¡
- Problemas con unos vecinos, que quisieron robar, pero casi ná.

Sentí por el teléfono la mirada silente de Cristina sobre Lorenzo, el escalofrío me llegó de nuevo a los talones con la misma urgencia de correr, esta vez hacia ; ya estaba casi a final de mes y no tenía dinero, solo lo pensé pero no le dije nada al viejo. Iba y regresaba el silencio a través de la línea telefónica.

- ¡Negro!
- Dime, papá, yo te escucho
- Mañana te deposito lo del mes Quédate tranquilo que la Cristi y yo aquí estamos bien.
- Si, yo estoy tranquilo. Los llamo mañana.

Supe que no me querían decir nada, tampoco iría a forzar a los viejos para que me dijeran qué es lo que sucedía, sabía que algo grave pasaba, pero no la magnitud de la gravedad. Las noticias decían que también habían ocurrido disturbios en Puerto Ordaz, pero no hubo ninguna imagen más que la misma foto que se ponía de Guayana (el dibujo de un Tepuy) cada vez que se hablaba algo del sitio, por lo que fue imposible saberlo, lo único que me tranquilizó en alguna forma fue el saber que ambos estaban bien.

Pasaron cuatro días más, no había entrado en contacto con Víctor ni Héctor, en realidad con nadie de la Universidad, así que no sabía si había clases o no. La verdad era poco lo que quería hacer ya que mis esfuerzos por estudiar no llenaban mis expectativas ni las de nadie. Decidí entonces faltar un semestre y aprovechando que tendría dinero que el viejo me había depositado, me fui a Puerto Ordaz, a ver qué sucedía en casa.

En los primeros viajes que hice hacia Caracas iba acompañado del viejo, él notó que no podía dormir, además los viajes son de noche y uno llegaba de madrugada, era mucho mejor que viajar de día. Entonces, él me enseñó a entretenerme con los recuerdos, como si fueran libros; así podría pasar horas como si viera una película una y otra vez, como un trance. Más de una vez lo vi así, susurrando detrás del mostrador de la tienda. Me fui ese día a sacar dinero y a comprar el pasaje al Nuevo Circo que me quedaba justo enfrente.