Capítulo VII
Cuando “la tía Cristina”
me propuso vivir con ellos ambos
quedaron en silencio mirándome, conteniendo la respiración, el gran bocado que tenía
en la boca se quedó a un lado haciendo una bola de comida en mi mejilla. Lo habían
estado pensado desde hace algún tiempo, no tenían hijos y me habían tomado mucho
cariño, trague sin masticar lo que me causo un dolor en la espalda muy fuerte
al sentir la comida bajar hacia mi estomago, no pude disimular ese dolor, en un
principio ellos pensaron que era una mueca de desaprobación. Lo primero que pensé era que necesitaban a alguien que les
ayudara con los quehaceres de la casa, quizás necesitaban pintarla, la verdad
las paredes estaban bastante descuidadas y con la pintura desconchada en varias
partes, cuando les pregunte qué es lo que querían que yo hiciera, se quedaron inmóviles,
y me respondió el viejo con otra pregunta.
-¿Hacer de qué?
- Aquí en su casa!
- No te pedimos que vengai
a ser servicio, Santiago (me dijo el viejo), te estamos pidiendo que vengai a
vivir con nosotros, que seái de la familia.
- Yo?, ¿Y no tengo que hacer mas nada?
- Tendríai que hacer lo
que hacen toda la gente de tu edad
- Y lo del mercado?
- Eso lo que dejarías.
Lo primero que pensé es
que la familia se vería rara ya que soy negro y ellos con tanta falta de color,
se me ocurrió preguntar:
- Tengo que hacer la comía?
Estallaron en risas y me dijeron que no, además que ellos jamás se comerían una de esas arepas que era una comida horrible, tiempo después tuve la oportunidad de reclamárselo al viejo ya que más de una vez cuando íbamos juntos a Caracas, al llegar al terminal del nuevo circo lo primero que buscaba era una arepera para devorarse sendas y gordas arepas bien resueltas.
No regresaría mas al ambiente del mercado, además la vieja Cristina evitó desde
ese momento y en adelante pasar cerca de ese mercado nuevamente, tenían temor
que yo quisiera regresar a esa vida, la verdad a mí también me daba cierto
temor regresar.
Fue en ese mismo mercado
un año antes de la propuesta de hacer familia con los viejos que la vi por
primera vez, se veía desorientada y con mucho calor, se daba uno cuenta
inmediatamente que no era de aqui, cargaba tantas bolsas que ya no se las podía, en ese
momento deje de descargar guacales de frutas y me fui caminando directamente a
ella.
- ¿Qué fue mi doña quiere
ayuda?
-
Hay m´hijito algo de ayuda si me haría falta .
En lo que empecé a cargar
las bolsas de ella, llegaron tres de mis “colegas”, más que trataban de
quitarme las bolsas de las manos para ganarse ellos la propina, diciéndole:
- Yo
se la llevo doñita…!
Bastó una mirada mía para que comprendieran
que no me dejaría quitar “el cliente”, se retiraron como si alguien los hubiera
regañado, aunque ella no se dio cuenta de tal acontecimiento.
Me pidió que la encaminara por la calle hacia arriba un poco más lejos del bullicio del mercado donde podría parar un taxi, le deje las bolsas en el piso y me fui rápidamente a buscar un taxi o un por puesto vacio que quisiera hacerle la carrera, cuando la pude subir al taxi, lo hizo, dándome las gracias y absolutamente nada “pa´ los frescos”, al regresar donde estaban los demás “colegas” estos se burlaron de mi en coro de risas, por no haber conseguido nada de esa “vieja pichirre”, no dije nada ni justifique tampoco, esperaría a que ella regresara al mercado para ayudarla nuevamente, aunque no me hubiera dado nada a lo mejor en algún momento me daría.
En la tercera o cuarta vez de llevarle las bolsas a la señora “pichirre”, me preguntó si quería comer, pensé, me daría por fin algo de dinero, sin dudarlo le dije que si, pero en vez de sacar su monedero se echo a un lado en el asiento del taxi y me dijo “ven”, con algo de resistencia me subí, ella le dio la indicación al taxista para que nos llevara a Unare, en el camino comenzó la preguntadera.
Me pidió que la encaminara por la calle hacia arriba un poco más lejos del bullicio del mercado donde podría parar un taxi, le deje las bolsas en el piso y me fui rápidamente a buscar un taxi o un por puesto vacio que quisiera hacerle la carrera, cuando la pude subir al taxi, lo hizo, dándome las gracias y absolutamente nada “pa´ los frescos”, al regresar donde estaban los demás “colegas” estos se burlaron de mi en coro de risas, por no haber conseguido nada de esa “vieja pichirre”, no dije nada ni justifique tampoco, esperaría a que ella regresara al mercado para ayudarla nuevamente, aunque no me hubiera dado nada a lo mejor en algún momento me daría.
En la tercera o cuarta vez de llevarle las bolsas a la señora “pichirre”, me preguntó si quería comer, pensé, me daría por fin algo de dinero, sin dudarlo le dije que si, pero en vez de sacar su monedero se echo a un lado en el asiento del taxi y me dijo “ven”, con algo de resistencia me subí, ella le dio la indicación al taxista para que nos llevara a Unare, en el camino comenzó la preguntadera.
- Trabajai siempre en el mercao?
- Si
- Y cuanto ganai , más o
menos?
- Saco pal día doñita, (jamás
revelaba lo que sacaba).
- Ya poh , pero más o menos cuanto es eso?
- Mas o menos quinientos bolívares doñita.
Levantó las cejas para
que me diera cuenta que sabía que mentía, pero
tenía que decirle algo ya que era muy directa e insistente.
Llegamos hasta la esquina
caliente de Unare, allí avanzamos en dirección al mercado de Unare pensé que
era muy extraño esta señora sin carro fuera los domingos a comprar al mercado
de Puerto Ordaz que le queda tan lejos .Antes de poder preguntarle me esbozo
una excusa sobre la calidad de la verdura en puerto Ordaz que no me satisfizo,
reste importancia a ese detalle, al llegar estaba esperando en la puerta de la
casa, un hombre de mediana estatura hombros anchos cabello gris una lipa grandísima
y pantalones que le llegaban más arriba de la cintura, camisa a cuadros de manga corta, cerrada hasta el cuello, unos
lentes de pasta de negra, abrió los
brazos cuando vio a la mujer, ella le
susurro algo al oído y me miro con picardía , como para que me diera cuenta que
estaban hablando de mí, me dijo el viejo:
- Así que tu eres el famosísimo muchacho de mercado!
Asentí con la cabeza, con mucha la desconfianza y no lo disimulaba.
Fui a comer donde los
“viejos chilenos” varios domingos, la mayoría de esas veces comían siempre las
mismas empanadas, que me gustan muchísimo,
el viejo siempre con una cerveza, la vieja y yo siempre con Coca Cola; esos
almuerzos se empezaron a repetir los domingos, después también los sábados,
incluso algunos días de semana, a veces con tan absurdas excusas, ya que la
vieja iba un miércoles al mercado a comprar un pimentón que le falto para el
guiso.
Con el pasar de las
semanas era costumbre incluso desayunar con ellos, usaba el baño, la “tía
Cristina” me lavaba la ropa, realmente ya casi vivía con ellos así que eso de
aceptar vivir con ellos realmente fue un formalismo, para ese entonces yo tenía
15 años y había abandonado la escuela en sexto grado, cuando deje de frecuentar
las casas de cuido. El viejo me dijo que no era necesario dar parte a nadie de
la “adopción”, la verdad es que esos trámites demoraban mucho y hubiera
existido alguna intervención estatal que hubiera complicado más las cosas, yo
estaba a pocos años de mi mayoría de edad por eso tampoco comprendía bien el
por qué de esa “adopción” y sin nada a
cambio.
Él estaba más entusiasmado que yo el día que fuimos al Centro Comercial Zulia, donde había un instituto de libre escolaridad para hacer en poco tiempo la secundaria, las verdad en un principio me choco el perfil de los alumnos, tan diferentes a mí, vestían siempre como si fueran a una fiesta, muchos de ellos iban a lucir sus carros y parecían siempre preocupados de la marca de los zapatos.
Me hubiera gustado vestirme como ellos, pero el viejo me compraba también la ropa, y la verdad bastaba con cualquier par de zapatos y un plato de comida, además, parecía que mi vida ya no fuera mía, estaba planificada por el viejo incluso mi manera de vestir, que no era “a la moda” pero era ropa, no me molestaba, me agradaba dejarme cuidar por él, me llevaba a mis asesorías mientras me esperaba en el mismo cafetín donde los demás alumnos pasaban la mañana, al salir ya estaba de pie en la parte de abajo de las escaleras. Al llegar a la tienda reforzaba esas explicaciones, todas las veces sin excepción, me explicaba mas allá de lo que saldría en esos exámenes,bastante fáciles cabe decirlo, el se había puesto en la cabeza que sacaría el bachillerato.
Él estaba más entusiasmado que yo el día que fuimos al Centro Comercial Zulia, donde había un instituto de libre escolaridad para hacer en poco tiempo la secundaria, las verdad en un principio me choco el perfil de los alumnos, tan diferentes a mí, vestían siempre como si fueran a una fiesta, muchos de ellos iban a lucir sus carros y parecían siempre preocupados de la marca de los zapatos.
Me hubiera gustado vestirme como ellos, pero el viejo me compraba también la ropa, y la verdad bastaba con cualquier par de zapatos y un plato de comida, además, parecía que mi vida ya no fuera mía, estaba planificada por el viejo incluso mi manera de vestir, que no era “a la moda” pero era ropa, no me molestaba, me agradaba dejarme cuidar por él, me llevaba a mis asesorías mientras me esperaba en el mismo cafetín donde los demás alumnos pasaban la mañana, al salir ya estaba de pie en la parte de abajo de las escaleras. Al llegar a la tienda reforzaba esas explicaciones, todas las veces sin excepción, me explicaba mas allá de lo que saldría en esos exámenes,bastante fáciles cabe decirlo, el se había puesto en la cabeza que sacaría el bachillerato.
Me encantaban las
explicaciones de historia, compraba
libros escolares que fueran acorde con las mediocres guías y reforzaba con
muchísimo empeño no solo lo que decían los libros sino también la “verdad” de lo que ocurrió en esos hechos, solía
restarle importancia a hechos heroicos de personajes de la historia, realmente
no tenían tal merito que se les daba en los libros. Como la mayor parte de la
historia se basa en los actos heroicos
de guerras, él solía detenerse y me explicaba, la verdadera razón y motivos de
esas guerras, conquistas y “liberaciones”, además siempre culminaba diciéndome:
los militares que gobiernan jamás podrían ser de izquierda. Derivaba la
explicación y se extendía por horas
explicándome cómo es que Perón había logrado tal poder popular y como se evidenció esa trampa de la ideología
cuando después de depuesto se refugió primero con Marcos Pérez Jiménez acá en Venezuela y después con Franco en
España; me enseño el golpe de estado en Chile, a todos sus actores y de cómo
Pinochet a última hora se había sumado a un
golpe que todos sabían que vendría en cualquier momento ,yo le escuchaba
con atención y preguntaba cosas que me aclaraban cada vez más el motivo de las dictaduras
latinoamericanas, me las repetía una y
otra vez, me entretenían las explicaciones y la pasión que ponía el viejo en narrar los hechos, siempre y sin ninguna
excepción, terminaban igual y se autocriticaba diciéndome que el sí podría haber
continuado con sus estudios, de haberlo querido, “porque para no culminar lo
que se empieza siempre existiría una buena excusa”, y siempre que hablaba de eso me
contaba de un ave que tiene la ventaja de tenerlo todo en contra, pero así y
todo siempre sale adelante, aunque los predadores se coman sus huevos y anidara
en sitios muy visibles siempre por lo menos una vez al año lograba sacar
adelante un nido.
- Solo se sale adelante
con perseverancia negro, no importa lo que tengai a favor o tengai en contra,
si no tenis perseverancia nunca salis adelante!
Me repetía siempre lo mismo al final de las
horas que me dedicaba para mis estudios
y juntaba ese pensamiento del ave a una explicación de matemáticas, o de
química y sobre todo de historia, cuando la historia del pajarito comenzaba, sabía que ese día de estudio estaba por
terminar.
El bus hizo la parada en
Ciudad Bolívar en el terminal donde se bajo una cantidad de personas y subieron
otras pocas, las ganas de llegar se habían transformado en urgencia, el
ejercicio de recordar como si fuera una película durante toda la noche se
interrumpió en esa parada, quedaba una hora de camino hasta entrar a Puerto
Ordaz pero ni un nuevo intento pudo distraerme de el ansia de llegar por la
proximidad en la que estábamos, la hora de viaje se hacía más larga y mas
interminable con cada kilometro que avanzaba el bus, la primera parada improvisada
que hacia el bus en la “Redoma de la Piña” esperaba que nadie se bajara o que
los interesados en bajarse estuvieran dormidos, el breve camino desde esa redoma
hasta “los bomberos de Unare” me resultaba más larga y demoraba más que los
cien kilómetros desde Ciudad Bolívar, mucho antes de llegar yo estaba de pie al
lado del chofer diciendo que mi parada es en “Los Bomberos”, se lo repetí siete
veces antes de llegar, si me quedaba
dormido tendría que esperar hasta llegar a el centro de Puerto Ordaz, en el
banco de Venezuela, y si me llegaba a quedar dormido del todo, como una vez
sucedió tendría que esperar hasta que el bus llegase al terminal de San Félix,
y allí el chofer se encargaría de despertarme porque el bus ya no seguiría mas
allá.
El bus partió y me encontré de pie con mucho sueño sobre mis hombros sumado a
los dos bolsos de ropa que llevaba, camine hasta la avenida donde justo al llegar vi pasar una buseta que
me dejo en el Supermercado que indicaba el inicio de la avenida que daría a
la “Esquina Caliente, al bajarme sentí
los olores que me indicaban que estaba en casa, en cada regreso, encontraba
algo diferente o un toldo nuevo en un negocio o alguna casa pintada, no
encontré a ninguna persona con quien intercambiar saludos, solo pude caminar y
aliviar esa impaciencia de apresurar el paso hacia casa, realmente era una casa
grande, los dueños habían dividido una parte para alquilar que era casa, y la
otra que era la tienda , el viejo pagaba dos alquileres por el sitio donde
vivía y trabajaba.
Al llegar vi la tienda acomodada pero sin ningún instrumento en exposición, diría que normal a no ser por los estantes sin vidrios, y la ventana tapiada por unas tablas que entre algunas rendijas me dejaron ver hacia adentro.
Di la vuelta por la tienda para tocar la puerta de entrada, los viejos no sabían que yo iría así que no me estaban esperando, no toque la puerta de latón, solo me quede esperando a ver si escuchaba algo dentro de casa, que me dijera que todo estaba bien y como siempre.
No escuche nada, tampoco sentí olor a pan tostado que la vieja solía hacer por las mañanas, toque la puerta, como siempre me quede esperando que la vieja se asomara por la ventana de la casa, agachando un poco la cabeza, sujetando las cortinas con la mano, quizás se asustaría que estuviera ahí y sin avisar, pero nadie salió, volví a tocar, el silencio me lleno de incertidumbre, nunca había sucedido eso, siempre que tocaba la puerta de casa (aun cuando todavía no vivía en ella) estaba ahí, uno de los dos, por eso jamás necesite llaves para entrar, después de unos quince minutos de estar fuera de casa sin saber que hacer vi salir a la vecina Aida, (las llamadas eran a su casa ya que era ella quien tenía teléfono).
Al llegar vi la tienda acomodada pero sin ningún instrumento en exposición, diría que normal a no ser por los estantes sin vidrios, y la ventana tapiada por unas tablas que entre algunas rendijas me dejaron ver hacia adentro.
Di la vuelta por la tienda para tocar la puerta de entrada, los viejos no sabían que yo iría así que no me estaban esperando, no toque la puerta de latón, solo me quede esperando a ver si escuchaba algo dentro de casa, que me dijera que todo estaba bien y como siempre.
No escuche nada, tampoco sentí olor a pan tostado que la vieja solía hacer por las mañanas, toque la puerta, como siempre me quede esperando que la vieja se asomara por la ventana de la casa, agachando un poco la cabeza, sujetando las cortinas con la mano, quizás se asustaría que estuviera ahí y sin avisar, pero nadie salió, volví a tocar, el silencio me lleno de incertidumbre, nunca había sucedido eso, siempre que tocaba la puerta de casa (aun cuando todavía no vivía en ella) estaba ahí, uno de los dos, por eso jamás necesite llaves para entrar, después de unos quince minutos de estar fuera de casa sin saber que hacer vi salir a la vecina Aida, (las llamadas eran a su casa ya que era ella quien tenía teléfono).
- M´hijo
¡ ¿y tú cuando llegaste?
- Acabo
de llegar vecina.
- ¿La
vecina te llamo pa´ que vinieras?
- No
vecina, ellos no saben que yo venía,
¿usté sabe donde están?
- Hay
m´hijo (me dijo con ojos llenándose de lagrimas) no sabes nada!
- ¿Qué
paso aquí?; ¿Dónde están?; ¿están bien?
- El
Profe se sintió mal anoche, (Aida tuvo a sus dos hijos en clases de música con
el viejo y se acostumbro a decirle como le decían los niños) y la vecina se lo
llevo en taxi al hospital.
- ¿En
donde están?
- En
el Uyapar, (Hospital Uyapar).
A pesar que la vecina
Aida me había ofrecido que desayunara primero en su casa no quise, solo le pedí
que me abriera la casa para dejar los
bolsos, (ella tenía una llave de casa) insistió que le dejara los bolsos en casa de ella pero
es que necesitaba usar el baño antes de salir al hospital, la vi tan titubeante
que me asuste, la hice a un lado ya que no quiso darme las llaves, en la mesa del comedor adivinaba un montón de
instrumentos de la tienda tapados por unas sabanas, me extraño demasiado, al
quitar las sabanas me di cuenta de lo que los viejos me escondieron y no habían
querido decirme al teléfono, estaban la mayoría de los instrumentos de la
tienda demasiado rotos o abollados como para que fueran de utilidad, me invadió
un sentimiento de vacío, no me recuperé de mi estupor cuando me doy cuenta que
la vecina está detrás mío llorando y me
dice entre sollozos:
-M´hijo esto fue bien
feo.
- La misma gente que vive
aquí.
-¿Quién?
- Los vecinos casi todos
los que viven aquí mismito enfrente y los de los otros bloques también,
vinieron en montón a desvalijar la tienda, lo único que quedo es esto, lo demás
la mayoría ni siquiera se lo llevaron casi toó
lo rompieron.
- ¿Y a mis viejos, les
hicieron algo?
Sentía el calor de la ira empezar a subir a mi cabeza
y calentaba mis orejas, me dejaba un sabor
a sangre en la boca.
- A
ellos los dejaron tranquilos, pero es que la gente se había vuelto loca.
Mire hacia los bloques
con odio, apretando dientes y puños, me voltee hacia la vecina y le pedí que me
acompañara al hospital, yo tenía dinero en efectivo para pagar el taxi, no costó
mucho conseguir uno que nos llevara, al dar la última curva antes de llegar al hospital, me entro un miedo en
el que sentí un hueco en el estomago, ya que no quería que los viejos se dieran
cuenta había estado llorando de rabia odio e impotencia.